La mala memoria
Puerta Real ·
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Hemerotecas y videotecas permiten remover recuerdos de vilezas, mentiras, fraudes y doblecesLa memoria nos trae otros mayos diferentes, preñados de primeras comuniones y fiestas infantiles, o de vísperas de Corpus y zambullidas en la playa. Pero no podemos vivir solo con esos recuerdos, porque corremos el peligro de que la nostalgia nos lleve a horizontes lejanos ... y perdidos, y sintamos el dolor hondo de aquellas sevillanas trenzadas una madrugada de rebujitos en quién sabe qué caseta, que terminaron en un amanecer turbio de albero reseco y arropados con la capa rota de la soledad. Es lo que tiene la memoria: que nos lleva por vericuetos a los que no quisiéramos volver, pero que siempre alguien se empeña en revivir. Hay ocasiones en que, sin querer, nos metemos en la ambigua memoria histórica, esa vaharada luctuosa y triste que agita el matraz del dolor, rompiendo puentes y ahondando zanjas.
A veces envidio a quienes se olvidan hasta de vivir, a esa gente con memoria de pez para quien todo es nuevo y diferente. Otros sufrimos los anclajes del tiempo enganchados al alma y nunca se nos van de la cabeza sucesos que marcaron nuestras vidas con alguna felicidad y muchos desengaños. También están las hemerotecas y las videotecas para remover las entrañas del pasado con recuerdos de vilezas, mentiras, fraudes y dobleces. Ahí, en periódicos amarillentos y en las redes sociales, está impresa la memoria de ignominiosos escraches, que el vicepresidente Iglesias recetaba como jarabe de palo democrático para sus adversarios políticos, que eran «casta y pijerío». Ahora, molesto porque han llevado la misma medicina ante su mansión serrana, hace que la Guardia Civil impida el paso. Ahí también, en esa memoria de papel y de wasaps, está aquella alfombra de panegíricos presidenciales para recibir a los inmigrantes rescatados por el buque Acuarius. Aquello, que ocurrió recién cambiado el colchón de la Moncloa, contrasta con el silencio actual sobre la alta tasa de muertos por la epidemia, con el mutismo ante los sanitarios contagiados, con la indiferencia ante la amenaza del paro inacabable o del cierre de empresas, y con la abulia ante las colas del hambre.
No sé: todo parece invisible y remoto, entre un pasado borroso y un futuro gris. De momento, seguimos en la primera fase. Quizás, cuando se apague el sol de verano y nos mantengamos mudos y embridados con las mascarillas –esos burkas occidentales, que nos obligan a ponernos cuando el bicho va de retirada y que no eran necesarios cuando la pandemia azotaba hasta el alma— es posible que encontremos un sentido a esto que nos pasa. O una razón para entender el egoísmo ingenuo de Arrimadas y la deriva mental de Adriana Lastra. De momento, me encanta ver al noble pueblo ibero asumir los volubles susurros del doctor Simón. Impasible el ademán, la ciudadanía, ha aceptado este nuevo complemento para el rostro con más fervor que si se tratara de un 'satisfyer' de suave silicona. Y ataviada con su mascarilla se pasea airosa cual si llevara jazmines en el pelo y rosas en la cara. Nos falta la voz de María Dolores Pradera para acompañarnos por la memoria del viejo puente del río y la alameda.
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