La mano derecha

El mangante (o manganta) bueno no existe. Robin Hood es una película de Errol Flynn por mucho que algunos se empeñen en buscar su rostro entre algunos de los doscientos cincuenta y cuatro ministros que el lunes prometerán su cargo ante el Rey y la Constitución. Del chungo (o chunga) que es capaz de meter la zarpa en la mochila de un niño de 13 años que está haciéndose pruebas en un hospital no puede esperarse ningún gesto de piedad. Ni yo la tendría con él si me lo echara al careto (o careta... ofú, creo que me estoy liando con esto del lenguaje no sexista, pero es que confieso que Carmen Calvo me da mucho miedo, bonita). «No pensábamos que la gente pudiera ser tan mala como para robarle a un niño en el hospital», explica la madre. «Róbame el dinero, pero no le robes la ilusión a mi hijo», añade, sin advertir que el chorizo estará encantado de seguir esa sugerencia al pie de la letra en cuanto se le presente la oportunidad.

Mientras la mamá de Hugo se rinde a la frase de Blanche y pone sus esperanzas en que la ¿bondad? florezca en el corazón del tipo que ha dejado a su hijo sin regalo de Navidad, la maldita realidad le vuelve a dar la razón a Hobbes (ofú, estoy a una sola cita de mandar la columna al carajo) y demuestra que por las salas de espera de los hospitales merodean lobos dispuestos a hincarle el colmillo a un bolso, a una cartera y a una mochila de Spiderman, si se tercia.

O podemos pensar en que la sociedad ha empujado a ese buen salvaje a desvalijar a Hugo, por lo que hay que condescender con su maldad, ayudarle, confiar en su bondad como desconocido. Según esa forma de pensar, fiémonos de que esa Nintendo reaparezca. Roguemos al buen ladrón. Usemos la mano izquierda tanto como nuestro presi se dispone a hacer con los 'indepes'. El problema es que cuando se usa demasiado la mano izquierda, al final hay que recurrir a la derecha.