Ángel Ganivet tenía razón

El relativismo moral, imperante, nos ha destrozado, pues mentir, enfrentar, ser terrorista o delincuente, no es rechazable, sino que ha sido normalizado y recompensado

Manuel E. Orozco

Miércoles, 29 de noviembre 2023, 23:19

Europa, desde la desgraciada II Guerra Mundial, deambula como pollo sin cabeza, autodestruyéndose y, cansada de sí misma, camina sin rumbo ni valores ni destino esperanzador. Se ha dejado atrapar por otros valores, impresentables, que la cultura 'woke' ha impuesto, en este globalismo no conveniente, ... como nos decía Ganivet.

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La civilización europea, con la socialdemocracia, el bienestar y el buenismo, está atrapada bajo unas leyes y derechos, que se han convertido en un problema para nuestra supervivencia y forma de vida. Durante mucho tiempo se ha vivido, inconscientemente, en el deseo de facilitar la convivencia desde una multiculturalidad imposible con determinadas culturas, incompatibles con la nuestra.

Con las actuales leyes y derechos, que la socialdemocracia nos ha propuesto, todo se ha complicado. En general, estamos condenados a vivir en un mundo que no nos gusta, pero que aceptamos con resignación y en la comodidad del no querer saber. En este sentido, me han impresionado unas palabras del actor Alain Delon, que nos acerca a la actual realidad, que nos disgusta y nos desconsuela: «Voy a dejar este mundo sin sentirme triste. La vida ya no me atrae. He visto y experimentado todo. ¡Odio la era actual, estoy harto de ella! Veo todo el tiempo criaturas realmente detestables. Todo es falso, todo es reemplazado. ¡Todos se ríen del otro sin mirarse a sí mismos! Ni siquiera hay respeto por la palabra dada. Sólo el dinero es importante». El relativismo moral, imperante, nos ha destrozado, pues mentir, enfrentar, ser terrorista o delincuente, no es rechazable, sino que ha sido normalizado y recompensado. ¿Pero quién y por qué estamos en esta realidad? Por el marxismo, en sus dos versiones: comunismo y nacionalsocialismo.

Ángel Ganivet ya nos previno del peligro del socialismo, que hoy se mantiene en una huida hacia adelante, que nadie puede entender más que los fanáticos y seguidores de demagogos, que viven en la inmoralidad. Ganivet fue muy duro con el socialismo, pero incomprensiblemente, triunfó y persiste en sus objetivos: destrozar al individuo, incapacitarlo para saber juzgar e irresponsabilizarlo y, por tanto, colectivizarlo en una 'sociedad masa', que invalida a las democracias liberales, mientras desaparece la tranquilidad, surge el enfrentamiento y la tensión se hace irrespirable. Así nos dice: «¿Y qué otra cosa es el socialismo que una negación? Sustituir la actual organización de la familia con la disolución de la familia, piden unos; destruir el poder social para establecer la anarquía, pretenden un gran número; abolir la propiedad para organizarla de tal suerte que nadie pueda gozar de ella, es el deseo de todos y así en lo demás».

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Ángel Ganivet no solo lo descalifica, por esto, sino por su aberrante sentido de la educación, al convertir la educación en un arma de combate para conseguir sus fines a través de imposiciones, propaganda y mentiras, mientras ataca los valores de nuestra civilización y la moral de los Diez Mandamientos, claves para el desarrollo personal en una cultura con reglas y referencias de comportamientos básicos, que todas las civilizaciones del mundo promueven y exigen a sus súbdito o ciudadanos para avanzar: «El socialismo pedagógico, como todos los socialismos, es funesto en sus aplicaciones; violentando el curso natural de los hechos y desviándolos o sacándolos de cauce, se expone a graves daños».

En esta idea se mueve A. Finkielkraut en su libro 'La derrota del pensamiento', cuando nos dice que estamos ante un nuevo tiempo, en el que será difícil que surja el Hombre con virtudes, en la sociedad del socialismo, que no busca un mejor ser humano, sino más ignorante y dependiente: «Para el ignorante la libertad es imposible. Al parecer así lo creían los filósofos de las Luces. No se nace individuo –decían–; se llega a serlo, superando el desorden de los apetitos, la mezquindad del interés privado y la tiranía de los apriorismos». Nada de esto nos propone el socialismo. El socialismo no tiene nada de progresista, pues vuelve a los absolutos, como nos decía Ganivet, al pasar del «cree lo que yo creo, de la antigüedad, al piensa lo que yo pienso», de la actualidad. El socialismo solo sabe vivir bajos dos ideas: los malos y los buenos. En definitiva, vuelven al mazdeísmo, pues evidencia la lucha de clases, de unos contra otros en todos los aspectos de la vida. El socialismo desprecia al individuo, que defendía Aristóteles, frente al 'montón humano', que busca el socialismo.

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El socialismo es producto de la infame burguesía revolucionaria explotadora, que surge con la revolución francesa, un cáncer para nuestra civilización, al imponer la revolución frente a las reformas; y la prisa frente a la serenidad o soluciones pacíficas para prosperan con objetivos comunes. Vivimos momentos graves, como nos demuestran las manifestaciones recientes y el descontento social. Un magistrado español, angustiado por la situación, nos recuerda a Marco Tulio Cicerón, cuando acusa a Cayo Verres de tirano y de destruir la sociedad: «Los pueblos que ya no tienen solución, que viven a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que eso es el colapso total del Estado; donde esto acontece, nadie hay que confíe en esperanza alguna de salvación». Europa tiene que parar su decadencia.

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