Las revoluciones y las guerras cristeras en México
Manuel E. Orozco Redondo
Sábado, 29 de marzo 2025, 00:39
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Manuel E. Orozco Redondo
Sábado, 29 de marzo 2025, 00:39
Ángel Ganivet ya nos alertó de las perversidades de las revoluciones, que son terribles; solo crean horror, violencia y, sobre todo, odio, matanzas y robos. ... Como ganivetiano, no puedo sino recordar a este pensador que fue uno de los primeros que denunció al socialismo, que es lo peor que ha inventado Occidente, que buscaba la virtud, la belleza, la justicia, la verdad, el bien y otras bondades, como nos enseñó Él, que inauguró otra forma de vivir, basada en el amor. Pero resurgió la ideología que desprecia todo esto y que, incomprensiblemente, la sociedad ha favorecido.
Nuestra civilización, que procede de Grecia, el derecho romano y la moral judeocristiana, sin olvidar las aportaciones bárbaras, ha sido traicionada por el socialismo, que es revolucionario. Todo viene de la inmisericorde Revolución francesa, que es el ejemplo de cómo las élites consiguen el poder a costa del pueblo, que sufre las consecuencias con su sangre, hambre y sufrimientos. Francia, hoy, es un ejemplo de torpezas y engaños, hasta tal punto, que ha puesto en peligro su existencia, al no saber en qué cultura quieren vivir, por su defensa de la multiculturalidad. Lo triste es, como siempre, el engaño perpetrado al pueblo.
Las masas, engañadas por las élites dominantes, los republicanos ilustrados, consiguieron que se creyeran que iban a ser liberados de la explotación a base de derechos y libertades. Fue Napoleón, en busca de su propio interés y deseo de ser emperador, quién consiguió que el pueblo lo siguiera hacia una masacre colectiva para conquistar Europa y Rusia. Se puede decir, sin posibilidad de equivocarnos, que las revoluciones, todas, la francesa, las comunistas, la que España sufrió con la Segunda República, las de Asia e Hispanoamérica, ha tenido un amargo perdedor: el pueblo. Las élites no dudan en enfrentar y mandar a la guerra al pueblo llano. Al final, la Revolución francesa favoreció a los ricos de la burguesía revolucionaria en contra de los campesinos y obreros, que, por miles, quedaron sin trabajo, y se les condenó a vivir en la miseria, como dice, José María Rosa: «Favoreció a los intereses de Gran Bretaña, que, al compás de la Marsellesa, estaba conquistando comercialmente Europa, al arruinar la producción francesa». Así ha sido siempre.
México es un ejemplo de revolución permanente que asoló el país desde 1910-1920 y, más tarde, con la guerra cristera, hasta 1929. Desde siempre, los EE UU se han inmiscuido en la política nacional mexicana, que han manejado a su antojo a las clases dominantes mexicanas.
El principal interés de los norteamericanos era anexionarse sus territorios, que consiguieron en 1848 con el tratado de Guadalupe-Hidalgo, por el que México perdió más del 50% del territorio, que los españoles dejaron a los mexicanos. En segundo lugar, convertir a México en su 'colonia'. Las revoluciones y las guerras en México, siempre alentadas por intereses dominantes, son un ejemplo de cómo las masas populares fueron martirizadas por las élites a base de injusticias e intolerancias insufribles. Marcelo Gullo, sobre esto, dice: «El 1 de diciembre de 1924 llegó a la presidencia de México Plutarco Elías Calles, decidido a 'desfanatizar a las masas', es decir, a extirpar el catolicismo de los corazones de los habitantes de México. El 14 de junio de 1926 se promulgó la Ley 'Calles', cuyo nombre oficial era Ley de Tolerancia de Culto. Las escuelas particulares fueron cerradas. Dejó a comarcas enteres sin curas. Tan grandes fueron los atropellos y tanto irritaron al pueblo que se produjo una sublevación general al grito de 'Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe'. Mientras que el presidente Calles y sus ministros festejaban el fin del culto católico, el pueblo humilde de México se defendió y luchó contra sus opresores.
La idea de EE UU era, extirpar la fe fundante que toda nación debe preservar, en este caso, el catolicismo y la hispanidad, puesto que, cuando ese cimiento se tambalea, la nación se derrumba. Pero la clase política liberal y republicana de México, a diferencia de la de EE UU, los presidentes como Benito Juárez, Elías Calles y otros quisieron exterminar la religión del pueblo. Su sangre, vertida en defensa de sus creencias, demuestra las mentiras del mundo negrolegendario. Así lo confirma Gullo: «El proyecto de descatolización fue perpetrado, desde Norteamérica, a través del plan Poinsett, que provocó la guerra cristera contra las políticas de intolerancia religiosa de 1926-1929». Continua Gullo: «No hubo en el pueblo mexicano ningún sector social que luchara con tanto fervor y heroísmo para seguir siendo hispano y católico contra las balas del ejército 'mexicano' como las masas indígenas y campesinas harapientas, que combatieron desde 1 de agosto de 1926 hasta el 21 de junio de 1929. El martirio de las masas indígenas y campesinas mexicanas demuestra la falsedad de la prédica negrolegendaria, que dice que el conquistador y los misioneros impusieron por la fuerza a las masas de los pueblos precolombinos la fe del Nazareno».
Es indignante que nada de esto se ha publicitado y estas matanzas, sacrificios y el horror perpetrado por las élites mexicanas, a las órdenes de los anglosajones norteamericanos, no han sido denunciadas. Al contrario, se ha hecho mucha literatura de las masacres revolucionarias como algo digno y popular. El pueblo necesita respeto, justicia y concordia.
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