La Zaranda

Los juegos de la involución

El manido argumento de que a la gente le gusta siempre resulta tan socorrido para justificar que se ofrezca lo deleznable.

Manuel Molina

Sábado, 9 de marzo 2024, 22:25

Desde que en televisión triunfaran los programas en los cuales básicamente se premia no hacer nada y caso de que se intentara hacer algo, no debe trasvasarse el cerco que acota lo chabacano, intrascendental o la caricatura sexual, reconozco que habíamos llegado al limes, a ... la frontera de la involución. La cuatrilogía popular y escatológica por antonomasia: 'caca, culo pedo, pis', volvía para expandirse como alien en el mundo catódico y digital. El manido argumento de que a la gente le gusta siempre resulta tan socorrido para justificar que se ofrezca lo deleznable. Parecían superados los chistes de Arévalo sobre mariquitas y gangosos, la 'Ramona' pechugona de Fernando Esteso o los cantos de la cabra en el autobús, pero fue un espejismo efímero. La diversión en este país ha sido muy sui generis porque hemos disfrutado quemando gente en una plaza con público entusiasta, arrojando una cabra o pava desde un campanario ante el furor de las fiestas patronales o arrancando cabezas de pato al galope. Nos queda la rémora de ver sufrir un toro ante un matatoros ejecutando un ritual macabro jaleado por la masa.

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Creíamos haber vivido unos años de evolución donde divertirse no acarreara maltrato animal, salvo las sacrosantas y protegidísimas corridas de toros. Pero entre que la gente no quiere rascarse el bolsillo -y mira que regalan entradas- y necesitaba algo con olor a naftalina, casposo, enlustrado de nuevo, que pudiese disfrutarse incluso para encefalogramas sin inhibidores de intelecto y allí que se unieron el señorito Iván y los vecinos de Paco El Cojo, que retratara Miguel Delibes, para crear la madre de las diversiones contemporáneas: 'La cagada de la burra', también versión 'Caca de la vaca'. Cráneos privilegiados, que diría Ramón Mª del Valle- Inclán del esperpento. Y así inventaron dibujar unas cuadrículas en una explanada y situar 'una barrachapa' para el abundante bebercio, que debe prender la inhibición y provocar la risa apostando por un espacio a ver si en él defeca el cuadrúpedo. El animal no sufre, declaran con la pomada antes de que los animalistas y ambientalistas pretendan coartar su libertad. Se expande el invento como la pólvora y cualquier asociación cultural (de su propia cultura, entendámonos, o devoción patronal) lo organiza con regocijo.

Me ha costado entender cómo en Andalucía quienes vivían bien con sus cosillas gracias a un sistema clientelar dejaron en la estacada al partido que les daba pájaro en mano y se echaron en manos de un recién llegado que no les ofrecía nada más que propuestas de lo que podría ser, inculcando el espíritu del cuento de la lechera o los mundos de un Yupi de una supuesta tradición, de un 'lo nuestro' casi espiritual. Aunque después de ver la caída de naipes del supuesto 'seny' catalán, no debería sorprenderme la disolución del sentido común rural más cercano. Un amigo filósofo y escritor dice que es por la identidad, pero yo no dejo de preocuparme hasta dónde llegaremos marcha atrás.

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