Veinticinco siglos después, ni el propio Aristófanes podría imaginar que sus obras seguirían teniendo relevancia ya no solo en los teatros, sino en los medios ... de comunicación de todo un país. Y eso que su humor, el de las comedias que pergeñó, el de las criaturas mortales, se consideraba más bien conservador, frente a la novedad que suponía el planteamiento de Sócrates. Ahora bien nos dejó un legado riquísimo para hacernos una idea de las discusiones ideológicas atenienses de ese periodo y de la vida cotidiana. Guardo dos gratos recuerdos de mi relación con el comediógrafo ateniense.
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Por un lado, la experiencia de disfrutar en el festival Epidaurus, en el mítico Herodes Atticus bajo la Acrópolis, de un estreno precisamente de 'Las nubes', donde atiza tanto a Sócrates como Eurípides de lo lindo. Y por otro lado, cada vez que he podido como profesor he integrado el teatro en mi programación; fruto de ello fue un montaje de 'Lisístrata', que el público asistente disfrutó las dos ocasiones en que se representó. A nadie ofendió, ni hasta mí llegó la más mínima queja por el lenguaje en teoría obsceno empleado siguiendo el texto original.
Nos ha tocado vivir tiempos revueltos, una involución que cada día da un pasito hacia atrás de manera casi imperceptible, pero continuada. Fruto de ello y como botón de muestra podemos presentar la cantidad cada día más frecuente de censuras artísticas, que alcanzan el objetivo o no, pero que suponen un cercenamiento de la libertad de expresión y de creación, desconocido hace veinte o treinta años.
El último ejemplo lo hemos vivido en Linares, durante la celebración de unos actos con motivo del Día de la Mujer y en los que una concejal asombrada por el vocabulario empleado por las actrices que representaban una vez más un fragmento de 'Lisístrata', hizo que se interrumpiese por el expreso deseo de la munícipe, al erigirse en juez de la moral y considerando que la obra no era apropiada para el público asistente.
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Desconozco la labor de esta concejal en su área, puede que incluso esté bien valorada y sea eficaz, aunque lo que he llegado a conocer de ella y su conocimiento cultural por los medios de comunicación no tiene buena pinta. ¿Qué autoridad creemos tener para detener un espectáculo ya seamos concejales, alcaldes o senadores?, ¿qué se puede considerar adecuado o coherente para el público?
Durante años dirigí un festival de teatro en el que se ofrecían innovadoras y experimentales obras, en algunos casos con palabras malsonantes, desnudos, relaciones sexuales atrevidas, o críticas explícitas al poder establecido y a la jerarquía eclesial. Entre las abonadas todos los años se encontraba un grupo de mujeres mayores, muy conservadoras, con las que siempre me encantaba intercambiar opiniones después de los espectáculos. En algunos casos no estaban de acuerdo con lo mostrado, pero siempre fueron enormemente respetuosas. No ahorraban en crítica, tenían sus argumentos, pero entendían que el teatro era eso, teatro. Los demonios de cada uno eran otra cosa.
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