La Zaranda

El pijo, ¿nace o se hace?

Nuestro estado de bienestar ha reproducido un tipo de personal homogeneizado y hasta bien visto, (...)

Manuel Molina

Sábado, 28 de septiembre 2024, 22:05

Raquel Peláez (Ponferrada, 1978) ha publicado un curioso libro 'Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España'. En él aborda desde el origen, tal vez Eugenia de Montijo fuese una de las pioneras, pasando por la máxima eclosión en los años ochenta ... con las marcas y jerseys anudados al cuello, hasta la actualidad. Afirma que El pijo ya no es solo rico y de derechas sino que la sociedad actual está acostumbrada a un nivel de bienestar tal que todos somos un poco pijos. Fluctúan las variedades, entre ellas el rechazo al vaquero en favor de los chinos ajustados y con tobillo al aire y un firme rechazo a todo lo que suponga, desde el punto de vista ideológico, lo pobre o con olor a necesidad. Nuestro estado de bienestar ha reproducido un tipo de personal homogeneizado y hasta bien visto, en el que una apariencia externa de escaparate de algunas marcas, acompañado de un pensamiento acortado y repetitivo de estereotipos triunfante como ideal, abandonando la sensación de cierta involuntariedad por la decidida mímesis.

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En lo personal, de los pijos más fáciles de identificar me ha fascinado un ramillete de características, como la facilidad que tienen para no sudar, o que la ropa utilizada parezca que se le haya hecho a medida con independencia de cuál sea. Quienes no son verdaderos pijos desentonan aunque intenten vestirse canónicamente. También, aunque un poco diluido ya, más llamativo en las féminas, resulta esa sensación de que hablan un idioma que fuese una adaptación a la pronunciación española pero nasalizada, como un esfuerzo en realizar los sonidos al modo de quienes aprenden una segunda lengua ya mayores. Antes era más fácil reconocer un pijo, porque existía cierta criba socioeconómico, pero ahora se da una apariencia tan mimética que no es fácil distinguir entre la copia y el original. Como si los productos del todo a un euro se hubiesen estilizado hasta un nivel supino. El problema algunas veces radica en que algún voluntarioso pretendiente de pijo o pija cuaja su actuación casi al cien por cien, pero en algún momento un desliz los delata y hace brotar un desesmascaramiento de ridiculez.

Peláez nos llama la atención en algunos casos que no casan con la idea de neoliberal al uso, y que pueden sorprendernos, como son los los hipsters, a quienes considera una oleada de pijismo basado en el capital cultural entre los jóvenes como reacción al hecho de que no tenían el capital pecuniario de sus padres y se enrocaron en la cultura, hecho que asocia lo pijo a la definición simplificada de tener dinero o de querer aparentarlo. Parece que hay un resquicio para que el pijo pueda hacerse a sí mismo, de ahí la proliferación y horizontalidad en aparentar desde un término especista que imita un imaginario modelo de simio alfa domesticado y encuentra un clan compartido, haciendo bandera frente a otro que no lo es. Si se nace así, todo es más fácil.

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