¿Dónde vamos con tanto odio?

Las redes sociales, que en teoría deberían haber sido una herramienta para unir a las personas, se han convertido en un extraordinario caldo de cultivo para el odio.

Manuel Molina

Sábado, 24 de agosto 2024, 23:01

Vivimos en una época en la que el odio parece ser algo común, un elemento más en las interacciones sociales, tanto en la vida real como en las plataformas digitales. El fenómeno, que no es nuevo, ha dado un giro muy preocupante ños, alimentado por ... la polarización política, la desinformación y el anonimato que ofrece la tecnología. El odio, según Friedrich Nietzsche, «es una carga, porque la vida es demasiado corta para llevar el odio a la espalda». Sin embargo, a pesar de la claridad de esta declaración, vemos cómo el discurso de odio se ha convertido en la norma, sumando adeptos y creando divisiones duraderas. Las declaraciones de ojeriza supina no sólo son destructivas para las relaciones sociales, sino que también socavan los cimientos de la democracia y la coexistencia pacífica. De ahí que asista cada vez más preocupado a esta especie de barra libre que se ha elevado como expansión de la ojeriza.

Publicidad

Las redes sociales, que en teoría deberían haber sido una herramienta para unir a las personas, se han convertido en un extraordinario caldo de cultivo para el odio. El anonimato de Internet permite expresar sus opiniones más extremas y negativas sin temor a represalias, creando un entorno en el que los ataques verbales y el menosprecio de los demás deberían ser comunes. Como dijo Hannah Arendt: «pensar sin un propósito es vacío, pero el odio sin un propósito es peor: mata». Este tipo de odio descerebrado se propaga como un derrame de aceite, contaminando todo a su paso. Pero, ¿qué es lo que realmente alimenta este odio? Uno de los principales factores radica en la creciente polarización ideológica. Hoy en día, es común ver cómo las diferencias políticas, sociales o culturales se traducen en un rechazo visceral hacia quienes piensan diferente; el otro ya no es adversario, sino enemigo. Recordaba el nobel de la paz, Nelson Mandela, que «nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. La gente debe aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, se les puede enseñar a amar, porque el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario». Tal vez ahora mismo la educación se ha mostrado insuficiente para generar la necesaria empatía social.

Si intentan realizar labor difusora de ideas contra el odio, lo encontrarán pronto. Cualquier motivo se erige como excusa para recibir dardos en forma de amenaza, sin haberlo buscado, ni pretendido. Den su opinión sincera y argumentada sobre un asunto, háganla pública en una red social y esperan un minuto a ver qué ocurre. Si el tema elegido se carga de actualidad ni siquiera deben esperar sesenta segundos. Una pléyade de odiadores le responderá como si tuvieran la yugular a punto de reventar. Puede que mencionen a su familia, sobre todo a la madre, e incluso puede que reciban una amenaza. Es lo que hay. Dan ganas de abandonar la comunicación digital pública, pero entonces habrán vencido los malos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad