El concepto de chivo expiatorio tiene siglos de antigüedad. Es de origen bíblico. El Antiguo Testamento describía dos chivos expiatorios, dos machos cabríos a los ... que el día de Yon Kippur (Expiación) el Sumo Sacerdote transfería simbólicamente los pecados del pueblo de Israel. Uno era sacrificado, y el otro se abandonaba en el desierto, expiando los errores, pecados y defectos de la comunidad.
Despojado de connotaciones religiosas, el concepto de chivo expiatorio ha sobrevivido. Hacen sus veces los sujetos a los que se atribuyen las culpas, con frecuencia arbitrariamente. No son sacrificados ni arrojados al desierto, pero sí son objeto de estigmatización social y agresiones en los medios de comunicación.
¿Necesitamos chivos expiatorios? Los usamos. Los partidos recurren a sus chivos expiatorios. Para los progres, el chivo expiatorio es la extrema derecha, para esta lo son los inmigrantes, España –'el Estado'– para los nacionalistas. Los entornos de Podemos tienen cantidad de chivos expiatorios –el heteropatriarcado, el machismo, los jueces, los empresarios–, pero también los han encontrado entre los suyos por sus peculiaridades sexuales. Los chivos expiatorios no son necesariamente culpables de nada, pero a veces sí lo son.
Son chivos expiatorios los ricos, las empresas, «quienes mantienen el sistema», pero –en el otro lado de las barricadas– también los inmigrantes, los gitanos, los pobres.
No existen ya los mecanismos bíblicos, pero el concepto es parecido, aunque ahora no nos conformamos con una cabra abandonada en las laderas de Sierra Nevada. Es alguien que tiene que expiar mediáticamente las culpas que se le atribuyen, una especie de sacrificio humano que en tiempos se hacía quemando brujas y en la era digital se consigue señalando, atribuyendo y condenando. Con frecuencia, los chivos expiatorios se encuentran en los márgenes de la sociedad –homosexuales, diferentes, trans–, pero otras veces son los líderes políticos a los que se atribuyen todas las culpas –cada cual, a su contrario, sea Sánchez, Feijoo, Puigdemont… o políticos meritorios, del tipo Ábalos o Mazón–.
En la construcción del chivo expiatorio se seleccionan personas en representación del colectivo malvado –las personas adineradas, los empresarios, Amancio Ortega–. A veces, el chivo expiatorio es un imaginario político, en quien se decide personificar a todos los males, como los Ayuso y compañía para el gobierno y compañía.
En ocasiones, sentimientos que resultan incómodos, pero que se alientan desde la actual bipolarización –ira, envidia, culpa, inseguridad, venganza– se dirigen hacia una persona o grupo, a veces muy vulnerable. Los inmigrantes y los diferentes pasan a ser socialmente perseguidos. Algún cafre insulta al jugador de fútbol por razones racistas, mientras sus compañeros de grada no lo expulsan virulentamente. Este uso del chivo expiatorio avergüenza especialmente.
Pero no nos pongamos siempre en lo peor. Un síntoma de nuestra pluralidad es la diversidad de chivos expiatorios que pululan por este país. Unos son estigmatizados por unos y los otros por los otros y muy pocos reciben por unanimidad –Urdangarin, Roldán, Rubiales, los árbitros de fútbol, quizá Errejón– la misión social de expiar nuestros pecados.
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