La realidad ya no cuenta, sólo lo que se dice de ella y la gente cree. Siempre ha pasado algo así, pero no con la intensidad actual. Las consecuencias sociales de un acontecimiento se derivan sobre todo de cómo se cuenta, en esto no hay ... novedad, pero ahora apenas depende de qué sucedió. Lo importante es construir una narrativa que recree los sucesos. La ideología construye los patrones sobre los que se establecen las interpretaciones.

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Sucedía en los tiempos bíblicos. Lo importante no era si el ángel detuvo a Abraham cuando se iba a cargar a su hijo, sino si los fieles creían en ello. La diferencia con nuestros tiempos reside en que, al no contar con la inspiración divina, cuesta más el acto de fe para creer que el fiscal es inocente porque ha borrado el contenido de su móvil.

¿Si usted, lector en apuros, borrase los contenidos de su móvil, se convertiría en inocente, sin que le puedan reprochar su pasado? Depende.

Un crimen, delito o falta se establecen como tal ideando o rechazando narrativas. Podría decirse que si usted sigue la doctrina presidencial quedaría exonerado y podría sentirse enaltecido en su inocencia, disfrutarla.

Sin embargo, no es tan sencillo. El mecanismo absolutorio depende de la actitud presidencial, pues si sus asesores descubren que usted tiene algún tipo de relación familiar, aunque sea remotísima, con los Ayuso el borrado del móvil sería prueba de culpabilidad, no descargo.

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La lucha por el relato tiene por tanto su intríngulis. No se compite por explicar mejor la realidad, sino por crearla. Los totalitarios que jalearon al terrorismo quieren hacernos creer hoy que defendían a los grupos populares, lo que hay que oír: pero cuela, hay quienes los ven como unos RobinHoodes toscos pero de corazón altruista. Quienes miraron para otro lado difunden la idea de que nunca pasó nada y lo hacen con éxito creciente. ¿Hubo asesinatos, asesinos? Parece ser que sólo «vulneración del derecho a la vida», de creer los relatos hegemónicos. El propio gobierno hace como si ese pasado no fuera con ellos. Se mueve mejor en el franquismo, que va para medio siglo: la forma en que lo relata no la reconocemos quienes lo sufrimos. No importa: no cuenta la realidad, sino la posibilidad de engatusar a la nueva generación, así como la capacidad de ese pasado para escindir a la sociedad.

Asombrosamente, nuestros mandos prefieren una sociedad enfrentada, bipolar, hecha al insulto.

En las postrimerías del franquismo el objetivo compartido era la reconciliación nacional. Ahora se busca la discordia, la hostilidad, el enfrentamiento.

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Se inventan los relatos para enturbiar la vida social. El mecanismo se resiente del defecto característico del político patrio, que no es un dechado de imaginación sino mayormente pétreo, de mente plana. Es malo recreando pasados y repite eslóganes, lemas. Aún así, conviene darle la razón. Si no, se consideran en peligro. Conviene no dudar de su relato y creer que nadie sabe para qué vino Delcy a España.

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