Internet se está haciendo antipático. Surgió como un medio esplendoroso, que nos ponía el mundo a nuestro alcance. Fue extendiéndose por todos los recovecos vitales, fueran compras, amistades, relaciones familiares y otras, viajes, conocimientos, diversiones, enseñanzas, literaturas… Cuando se incorporó al móvil, se apoderó para ... siempre de nuestras vidas.
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Sin embargo, internet se ha ido convirtiendo en un medio agresivo, áspero, amenazador. Primero llegaron las soflamas histéricas en las redes sociales radicalizándonos. Simultáneamente vinieron los intentos de estafas. Algunas tenían su gracia, como los mensajes desde países africanos, Indonesia o Malasia, en los que unos empleados bancarios, me informaban que había palmado allí un sujeto de mi mismo nombre y que, con un par de chapucillas, su herencia sería mía, unos cuantos millones de dólares. Mis homónimos son más listos que yo: todos mueren forrados.
Luego llegaron estafas más sofisticadas, avisos urgentes de averías, correos o pérdidas que en cuanto les dieses tu código del banco te las arreglaban. Y están las pasiones que desatas. Varias rusas, latinas, ucranianas, indonesias y marines norteamericanas me han confesado su amor (y eso que no me conocen). La reiteración de este tipo de mensajes sugiere que habrá quien pique.
Por lo demás, en cualquier consulta a internet que antes funcionaba de forma razonable, tienes hoy que pelearte con una catarata de anuncios, generosas ofertas para que te hagas 'premium', palabra talismán con la que te suscribes a suministros virtuales que nunca habías imaginado. A buen precio, claro está. Los anuncios tienen su justificación, pues nada es gratis, pero el bombardeo publicitario es inmisericorde. A estas alturas tienes la impresión de que navegas entre los resquicios que deja la publicidad.
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Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que podías comprar por internet de forma fiable y con cierta tranquilidad un billete de avión para la fecha que querías. Ahora tienes que estar ojo avizor para no contratar un viaje a Vladivostok, en vez de a Madrid, y que puedas llevar una maleta sin que te cueste la hijuela. El proceso está lleno de trampas, con preguntas de redacción confusa cuya respuesta es la contraria de lo que parece. Contratar viajes por internet se ha convertido en una operación de riesgo. La gente algo madura está volviendo a las agencias de viajes.
Las redes sociales, antes dicharacheras, hoy son antipáticas, sólo para los más resistentes. Intentas darse de baja y es dificilísimo, pues tienes que responder a preguntas enrevesadas. Te preguntan si abandonas, dices que sí y resulta que se referían a si abandonabas el proceso de abandono. Vuelta a empezar. Estás distraído e internet te informa del precio de un hotel que está muy bien pero en Nobosibirsk, pues una vez hiciste una consulta relacionada con Siberia y queda para la eternidad. Así que internet se ha convertido en un campo erizado, lleno de riesgos y con servicios dudosos que te asaltan a traición. A veces serán excesos publicitarios, pero en otras hay mala fe, además de los delictivos.
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