Los lenguajes depurativos
El encabronamiento del lenguaje conlleva el éxito del minimalismo expresivo
Manuel Montero
Jueves, 20 de marzo 2025, 23:45
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Manuel Montero
Jueves, 20 de marzo 2025, 23:45
La lengua cambia con los tiempos. Los discursos de finales del franquismo nos suenan hoy acartonados, los de la transición creativos, pero ya antiguos (con ... palabras pasadas de moda: convivencia, consenso, reconciliación, futuro). Hoy el lenguaje público se empobrece, pierde palabras, pero al mismo tiempo se eleva el ruido del discurso, que suena cada vez más cabreado, displicente y despreciativo.
¿El lenguaje se hace más rudimentario? Sirve poco para argumentar y prima su cualidad connotativa. Se habla para comunicar que los tenemos bien puestos y que somos de los nuestros.
El encabronamiento del lenguaje conlleva el éxito del minimalismo expresivo. Los colegas del portavoz parlamentario aplauden estrepitosamente, casi aúllan, si el discurso destaca por su rudeza, simplismo y descalificación del contrario. A veces sus señorías parecen llegar a una suerte de orgasmo colectivo, tales son los espasmos que recorren esa parte de la Cámara.
Hay otra novedad de los últimos años: la rápida propagación de propuestas retóricas que se convierten en políticamente correctas. Si hace veinte años alguien dice «las personas no binarias, de género fluido, que desarrollan un código performativo transversal» nadie hubiese entendido nada. Ahora nos hacemos los enterados, al menos. La nueva retórica se asume, se rechaza o se oye como quien oye llover, pero no se discute. Este es otro de los mecanismos del día.
La imposición de los neolenguajes suele partir de planteamientos sectarios, que incluyen cierto desprecio por el lenguaje común. Subyace el afán por generalizar el habla de un grupo, a veces de conformación ideológica. Surge un lenguaje alambicado, en el que lo más importante es expresar una visión del mundo. «Viajeros y viajeras» o «personas viajeras» sólo añaden sobre «viajeros» la demostración de la políticamente correcta posición del hablante.
¿Los neolenguajes tiene la función de construir utopías, siquiera a nivel retórico, como suele ser la ambición de los grupos emergentes? No necesariamente. ¿Se busca que lenguaje no sea sexista o el objetivo es una denuncia permanente de la sociedad?
La renovación del lenguaje tiene un inconveniente. Considerada la retórica un arte fácil, queda al albur de ocurrencias no siempre meditadas. Si uno dice empoderamiento ya sabemos de qué pie cojea, pero, por su extensión, pronto sabremos lo mismo si no lo dice. Como suena novedoso y verso obligado, nadie pregunta qué quieren decir sororidad y resiliencia, que han triunfado ya, incluyéndose en el lenguaje progre de los medios de comunicación sin que la mayoría pueda precisar su significado.
No tiene demasiada importancia que el discurso público se construya con palabras hueras, sin significado compartido, pues la función actual del lenguaje no es informar o argumentar, sino fijar posiciones. Por ejemplo, la curiosa frase de Ábalos «estoy completamente convencido de mi inocencia» hoy suena contundente, pero antes, cuando valía decir «soy inocente» hubiese sido rarísima, pues sugiere que antes no lo tenía tan claro. ¿Cómo uno puede convencerse de su inocencia? ¿tuvo dudas? ¿y el «completamente»? ¿cabe convencerse a medias o estar casi convencido?
Misterios del habla nueva.
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