Puerta Real

Nostalgia de los dioses

Para un conspiranoico nunca nada se produce al azar, todo obedece a los designios de alguna élite corrupta

Manuel Montero

Jueves, 14 de noviembre 2024, 23:03

En cierto sentido son envidiables. Viven en un mundo mágico, inverosímil, en el que fuerzas de contenido incierto actúan de forma sobrenatural. Son los que se suelen llamar 'conspiranoicos', y se merecen el despectivo. Enarbolan una visión alternativa del mundo, construida arbitrariamente, estrambótica, pero cuya ... conformación requiere imaginación, credulidad y capacidad de situarse en realidades quiméricas.

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Están en este, pero viven en otro mundo, en el que las relaciones causa-efecto no funcionan de forma racional. Creen que hay gente –'esos', 'los de siempre'– que quieren controlarnos, masacrarnos, rociarnos con ondas electromagnéticas, radiaciones, rayos alfa, invisibles rayos positrónicos…

Nada es como parece, todo obedece a causas espurias, a la acción misteriosa de traidorzuelos, sujetos de carne y hueso que parecen espíritus malignos y lo mismo provocan el cambio climático que le quitan el balón de oro al Real Madrid, además de llevar la cuenta de las cervezas que tomamos en las terrazas e inocularnos virus en las vacunas sin más objetivo que dañarnos el hígado y saber nuestros movimientos.

Para un conspiranoico nunca nada se produce al azar, todo obedece a los designios de alguna élite corrupta, con intenciones que ellos van descubriendo. Si cae una tormenta, es por el cambio climático, pero este se debe a la voluntad artera de sujetos que quieren acabar con nosotros, quizás para quedarse solos. Tienen máquinas que provocan lluvias o sequías a voluntad.

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A un buen conspiranoico no lo engañan. Siempre encuentra síntomas de actuaciones malignas –promueven las luces led para radiarnos, ya no circulan coches fúnebres para que no sepamos cuánta gente muere, nos fotografían en los semáforos para controlarnos–.

Todo es posible en el mundo mágico de estos creyentes.

El suyo no es como el país de las maravillas de Alicia o el paraíso terrenal. Recuerda al imaginario clásico, de la Antigüedad, en el que los hombres sufrían los designios de unos dioses que carecían de moral alguna, peleaban entre sí y gustaban de hacer la pascua al humano. Lo mismo bajaba Apolo a provocar masacres con áureas flechas que Atenea protegía a los suyos echándoles la peste a los aqueos. Zeus el mandamás dejaba hacer si le convenía, pero no era raro que bajase al mundo para satisfacerse sexualmente.

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De creerlo a pies juntillas, el mundo era un lugar raro, mágico, en manos de los dioses, sin más capacidad humana que ofrecer sacrificios a los dioses, para protegerse de ellos o ponerlos a favor.

El universo fantástico de nuestros conspiranoicos pierde, por no estar en manos de dioses, cabronzuelos pero pintorescos, sino de malvados opacos de intenciones ocultas. Y porque no hay sacrificio propiciatorio que valga. Sólo nos queda una salida: estar ojo avizor a las ondas electromagnéticas, protegernos de sus rayos cancerígenos, llevar papel de aluminio en el que reboten sus radiaciones, controladoras o dañinas.

Creen que trabajan sin descanso para saber dónde estamos y qué hacemos, pese a que en general hacemos siempre lo mismo. Les resultará halagador importarle a algún malvado profesional.

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