Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Lo más prodigioso de la forma actual de gobernar es que, carece de un programa, un plan, un objetivo. Incluso falta un soporte ideológico digno de tal nombre, lo que no necesariamente debe achacarse a las obvias limitaciones de nuestros gobernantes. Desde hace unas décadas ... la socialdemocracia perdió sus criterios ideológicos, una vez desaparecieron sus históricas vinculaciones obreristas y se dirigió a unas indefinida de clases medias, a las que aquí llaman «clase media trabajadora» o «clases medias y trabajadoras», de ignoto significado.
No sólo aquí, en toda Europa, la socialdemocracia se dedica a dar a palos de ciego. Los más avispados, no los nuestros, lo asocian genéricamente con la solidaridad y la igualdad. Esta última ha quedado reducida a igualdad de género y la solidaridad viene a identificarse con la caridad subvencional en nombre de un sedicente progresismo, también de imposible definición, pues la solidaridad la guía la proximidad al partido.
La teoría flojea, aunque paradójicamente renace una utopía, la sociedad ideal cuya principal característica sería el progresismo agresivo liquidador de la derecha y, por tanto, ajeno al pluralismo. Esta utopía tiene aires revolucionarios, de permanente detección de desigualdades lingüísticas –y consiguiente exterminio de conceptos–, referencias obreristas de trabajadores, invocaciones a la buena voluntad y la reconstrucción continuada del pasado, que queda infantilizado. Es una utopía retórica, lo que es una suerte, porque las utopías las carga el diablo y a lo largo de la historia han producido unos cuantos desastres. Quizás también está utopía conlleva su riesgos, porque si se toma en serio la evanescencia pueden derivarse estragos. Tendría bemoles que nos fuésemos al carajo por admirar las burbujas de la gaseosa o los epigramas crípticos presidenciales.
Sin teoría política y con una utopía deslavazada, tampoco se localiza en la acción gubernamental un programa concreto, algún plan. El gobierno da doctrina e improvisa.
La doctrina no es sofisticada, resulta más bien simplona. Consiste en despotricar constantemente contra la derecha/ultraderecha –el magín no da más de sí–, difundiendo que la única corrección política es un progresismo algo atrabiliario y arbitrario . Es progre favorecer a los okupas y a los exterroristas, respetar la propiedad del que ha ocupado la vivienda, y saludar gélidamente a las víctimas en un acto oficial.
Por lo demás, improvisa, para mantenerse en el poder con medidas no necesariamente coherentes. Subsana los déficits de tal política con el despliegue emocional, del presidente horrorizado por «el maltrato» a su esposa o por lo que le duele que sean tan mala la oposición, pues no hace más que oponerse (piensa que la obligación de la oposición sería apoyar al gobierno). No plantea particulares problemas este esquema, porque la emoción se ha convertido en la esencia de la política posmoderna y ya no requiere planificaciones o resultados: que salga lo que salga. Basta con que el ciudadano se identifique con los mandos, aunque sean torpones, y que sintonice con sus sentimientos solidarios.
Aviso para navegantes: aquí la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.