La teoría más difundida es un cliché: supone que los grupos más desfavorecidos son los que tienden a la radicalización, a la exigencia de medidas punitivas para enderezar el desarrollo social, al odio de clases. En realidad, no es así. Véase el caso de la ... izquierda española. Las posiciones radicales provienen de grupos intelectuales, universitarios, que teorizan sobre cambios sociales por la vía de transformar el lenguaje (la revolución retórica), si bien manejan un imaginario obrerista. Con frecuencia, la radicalización viene de las clases medias altas, incluso pijas.
Publicidad
La radicalización social del hijo de papá desemboca en situaciones incongruentes, según la cual esta vanguardia de origen acomodado subirá el salario mínimo a las clases humildes, todo ello con un aire caritativo. Son los misioneros que creen saber las preocupaciones de la plebe. Lo que no suele preocupar a los chicos de la Complu es qué desea su 'clase obrera', que para ellos es una ficción ideológica o literaria. Sucede aquí y en otros lares, que los grupos populares resultan poco receptivos a los desmanes retóricos de los 'hijos, hijas e hijes' y a la proliferación de tendencias sexuales de contenido ignoto. Buscan otras alternativas, no necesariamente de izquierdas.
Un buen ejemplo de la radicalización de los de arriba lo dan los sindicatos. Quienes consiguen liberarse y profesionalizarse en la acción sindical, escapando así de las penurias de la relación laboral, tienden en mayor medida a la radicalización, más que 'las masas' que supuestamente deberían empujarles y alentarles. Ningún currante normal viste la inaudita colección de bufandas 'revolucionarias' que enarbola el secretario general de UGT. Las manifestaciones sindicales más ruidosas por lo general son aquellas a las que acuden sólo los liberados.
Es un mecanismo universal. La CUP catalana, el radicalismo revolucionario, prospera sobre todo en las clases medias altas, según los estudios. Nuestras sociedades están dirigidas por vanguardias que sostienen posiciones extremas. Lo mismo le sucede a la derecha; la radicalización descerebrada que muestran algunos dirigentes de tales partidos (nacionales o nacionalistas) suele ser mucho mayor que la de los afiliados/militantes, a su vez muy superior a la de los votantes, buena parte de los cuales suele votar por exclusión, no por los entusiasmos ni radicalizaciones fanáticas que desearían los líderes.
Publicidad
De ahí que nuestra vida política esté tejida por relatos apócrifos basados en la existencia de masas intransigentes alentando a los líderes, cuando son los líderes (gente por lo común acomodada y con situaciones sociales desahogadas) los que se lían a gritar ficciones de grupos populares o de clases medias deseosos de guillotinar, hacer la revolución o cargarse a los sicarios que, según insinúan, prosperan entre los enemigos.
Robespierre, abogado de provincias, entusiasta de la libertad y prototipo revolucionario, podría pasar por un humanista metido en política, pero lo describe mejor su filosofía: «El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible». Barbaridades como esta sólo se le puede ocurrir a alguien con mucho tiempo libre y con algún odio sobrevenido.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.