Desde comienzos del siglo, y particularmente desde la crisis de 2008, las sociedades occidentales tienden a una polarización que las parte en dos y crea peligrosas simas ideológicas y políticas. Quizás a la mayoría de la población le sigue gustando la moderación, pero la política ... opta por el radicalismo, al carecer de ideas constructivas o debido a que a la gente que cuenta le va la marcha de la rotundidad agresiva.
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En España el proceso de bipolarización viene de antes, reforzado por la tradicional concepción sectaria de la política, creciente desde que comenzó a repudiarse la transición. Está incentivada por la imagen de que la inserción social de un individuo no es la vía de la ciudadanía sino que ante todo está dentro de alguna causa fragmentaria, sea nacional, doctrinal, algún movimiento político. Al ciudadano de tendencia opuesta se le desprecia o abomina. No existe la idea de conciudadanía, sino la exigencia al adversario (enemigo) de que se ajuste a nuestros cánones.
La novedad consiste en que la bipolarización se ha convertido en el principal argumento electoral. No la consecuencia de los habituales cabreos nacionales, sino en un argumento para ganar elecciones.
Con tal importancia, el experimento de la bipolarización es nuevo y tiene sus riesgos. Sin embargo, también tiene su punto de fascinación, para comprobar la capacidad de la política de convulsionar una sociedad si se pone seriamente a ello. En realidad, no parece particularmente crispada la convivencia, cuando la principal preocupación que domina estos meses es cómo van los campeonatos de fútbol o las olimpiadas. A las sociedades crispadas estas las parecen cuestiones de segundo orden. También se hace rara la ambición crispadora para un país cuya principal pasión parecen ser los concursos de cocina, además debe deglutirla. Nuestros héroes son los cocineros, los futbolistas, los tenistas, básicamente nos dividen en el Real Madrid y el Barcelona, indigna el VAR. Buscar las mejores vacaciones y coger sitio en el primer chiringuito playero, aunque sea a tropecientos la caña, están entre nuestras principales preocupaciones. Se reconocerá que estas actitudes, habituales, encajan mal con la imagen de qué estamos entrando en un episodio crítico de la lucha de clases.
El mayor inconveniente que tiene la bipolarización que están creando reside en los jirones que puede dejar en la convivencia. La política no siempre encuentra salidas, pero tiene especial habilidad para cerrarlas. Otra consecuencia verosímil: la reducción del mensaje y del discurso a elementos rudimentarios, simplones, de escaso contenido racional, que es lo que suele pasar cuando tu principal objetivo es denostar al contrario y presentarlo como una especie de Anticristo sin más furor que hacernos la Pascua.
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Tal es el panorama que parece difícil de evitar, pues cuando la máquina punitiva se pone en marcha no hay quien la pare. Dice un proverbio turco que un desastre vale por mil avisos. Esta advertencia no hará mella en el político si quiere llegar hasta el final, aún al coste de retorcer la convivencia.
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