El Acueducto de Segovia

El campo, salvo para los grandes propietarios, sonaba a miseria, a atraso, a polvo, a estiércol, a barro

Manuel Pedreira Romero

Viernes, 9 de febrero 2024

¿A quién de vosotros le gustaría ser agricultor de mayor?, preguntó el maestro. Sobre la clase flotó incandescente la incredulidad. Aquella pregunta tenía trampa. Seguro. La respuesta era demasiado obvia, a nadie, así que la intención del maestro era turbia, perversa, destinada a dejar ... en evidencia al primero que abriese la boca, así que nadie respondió. Era como preguntarle a un niño si prefiere pizza o lentejas. Había gato encerrado. El campo, salvo para los grandes propietarios, sonaba a miseria, a atraso, a polvo, a estiércol, a barro, a nada que pudiese resultar atractivo para un chavea salvo que lo hubiese mamado desde la cuna, y a veces ni eso, o precisamente por eso, por haber visto a sus padres penar por las sequías, por el pedrisco, por las malas cosechas, por los precios míseros, por la incertidumbre.

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El maestro habló y nos dijo que ya no era así, que en el futuro los agricultores ejercerían como cualquier otro empresario, con explotaciones modernas y seguras, con tecnología del siglo XXI, todo actual, aséptico y seguro. Le faltó decir que irían con corbata encima del tractor. El sector primario. Así nos lo explicaban en el colegio hace cuarenta años, cuando España empezó a quitarse el pelo de la dehesa como el que despierta de un mal sueño. El maestro aquel celebraba que, poco a poco, la industria y el sector servicios le estaban ganando terreno a los labriegos, aunque también para ellos el futuro les tenía reservado su lugar en la nave espacial.

Del dicho al hecho ha habido demasiado trecho. El campo no es ajeno al tiempo en que vive y sufre las tensiones del mercado y la competencia. Ahora se echa a la calle iracundo para protestar y advertir de que una cosa es doblar el espinazo para segar y otra muy distinta arrodillarse. El futuro llegó, el hombre pisó la luna, la inteligencia artificial es un viento desatado que lo va a barrer todo, o eso nos dicen, pero los tomates todavía crecen en la mata, con pesticidas y sin ellos.

Siento un profundo respeto por la gente del campo, como Curro Santos, un amigo de la infancia que se crió a caballo entre el pueblo y la ciudad y ahora anda enfrascado en la defensa del chopo, el árbol que define a la vega de Granada como ningún otro. O como Rafa Díaz y su familia, entregados durante años a hacer rentables las maravillas subtropicales de una costa que ahora se muere de sed. Son solo dos ejemplos, dos gotas minúsculas de agua en un sector complejo y extenso que de vez en cuando se pone de pie y nos recuerda que son ellos los que nos dan de comer y que no están dispuestos a pasar hambre.

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Cosa distinta es lo del tipo que amenazó a la Guardia Civil con un somier en la mano y un garrote en la otra. Un somier. Haya paz. No sea que en la tractorada del miércoles haya fanáticos dispuestos a arrojarles el Acueducto de Segovia a los antidisturbios.

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