Y te vas, y te vas, y te vas, y no te has ido. Solo faltó un grupo de mariachis irrumpiendo en la pista para cantarle a pleno pulmón los versos de un tal José Alfredo, que siempre aciertan y apaciguan la angustia del alma. ... Pero ya puestos, no habrían servido unos mariachis cualquiera, de esos que te cantan tres boleros a cambio de unos pesos en el Tenampa. Quiá. Para estar a la altura de la estrafalaria despedida con la que se resolvió el homenaje al cadáver en caliente del mejor deportista de la historia, los mariachis debían ser de origen chino y cantar con acento albanés. Así, el esperpento habría incluido también una vertiente musical.
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Ya hemos repetido hasta la saciedad aquí la reflexión atribuida a Cortázar según la cual el que dice que se va es que ya se ha ido. Rafa empezó a irse hace dos años. De entonces datan sus últimas proezas. Desde aquella última victoria, todo ha ido cuesta abajo hacia el muro. Y el golpazo final, no por menos esperado ha sido menos doloroso. Cayó contra un holandés de nombre imposible y habría caído con cualquiera. Perdida la magia se acabó la música. Nadal ha sido más Nadal que nunca en estos dos años. Durante dos décadas nos advirtió de que no entrenaba para ganar sino para ser competitivo y que perder era parte del deporte. No quisimos creerlo y mientras él iba por un lado, el del dolor y el sufrimiento sin premio, nosotros seguíamos transitando por Disneyland convencidos de que habría un último baile grandioso. Y no. Como el de Foreman en Kinsasa, el suyo ha sido un largo derrumbamiento de dos segundos, el tiempo que tardó en llegar tarde a golpear con su drive la última bola de su vida. El público de Málaga se quedó frío y el resto de España no sabe cómo se quedó porque muchos no estaban abonados al canal de pago donde se ofició el sepelio. Vino después el trámite del chaval murciano y el partido de dobles, disputado con el Adagio de Albinoni atronando por la megafonía. Y por fin, el homenaje.
Durante los últimos años, quien más quien menos fantaseó con la despedida de Rafa Nadal y no era difícil imaginar un acto fastuoso, perdurable por los siglos de los siglos, a la altura del personaje más trascendente de la historia reciente de España. Y es cierto, será muy difícil olvidar el chapuz perpetrado en la noche malagueña del Martín Carpena. El presentador del acto llegó a darle rango de «premio muy especial» a la entrega de una foto tamaño cuartilla enmarcada (Rafa debe tener unas cuantas) que le entregaron dos señores muy importantes que nadie conocía. Y para qué seguir.
Nadal se equivocó. Debió despedirse a la francesa, igual que un compañero de nuestra redacción, que el martes pasado cerró 35 años de trabajo con un adiós musitado al vacío. Y nunca más se supo.
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