Tengo muy buena memoria. Eso a veces es un don pero otras, un castigo. Soy capaz de aflorar recuerdos inverosímiles. El personal alucina cuando le menciono el estampado de la camiseta que llevaba puesta hace 12 años en una barbacoa que no pasó a la ... historia ni por las chuletas ni por las camisetas, pero yo me acuerdo del maldito estampado y dejo a la gente estupefacta. Recuerdo con una exactitud francamente inútil comienzos de novelas y finales de películas, clasificaciones del Tour o de finales olímpicas de natación, nombres de ministros de Felipe, segundos apellidos de compañeros ignotos del colegio y hasta la fecha del último palo cortado que me bebí en la Sabanilla. Cuando alguien celebra mi retentiva no tardo en sacarlo del ensueño demostrándole con pruebas lo infructuoso de mi memoria, y le conmino a releer la historia borgiana de Ireneo Funes y su vana y dolorosa memoria sobrenatural. De todos modos, mi fama y mis exhibiciones memorísticas han caído en desgracia por culpa de Google. Ya nadie me llama desde un bar a horas intempestivas para resolver una discusión sobre el terno que llevaba Manzanares cuando indultó el toro en Sevilla en 2011, o sobre la frase con la que Eddie 'relámpago' Felson felicita al Gordo de Minnesota tras aplastarlo jugando al billar. Toda esa casquería anda por Google y es fácil dar con ella. Mi prestigio sigue intacto pero en irremediable decadencia. Cada vez estoy más solo con mi memoria, abarrotada de anotaciones superfluas pero no siempre del todo inútiles.
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Recuerdo, por ejemplo, lo que merendé la tarde del 3 de mayo de 1997 mientras veía por la televisión que ETA le había pegado un tiro en la nuca a José Manuel García Fernández, un guardia civil asturiano que llevaba 14 años destinado en el País Vasco y que había salido a tomar algo con su mujer en Ciérvana, cerca de Bilbao. Estaba merendando un pulevín de vainilla con dos magdalenas. Recuerdo el menú pero recuerdo también la rabia sorda y la impotencia, el odio y la sed de justicia, y luego la incomprensión y una pena vieja. Uno de los condenados por este asesinato concurre a las elecciones de final de mes en las listas de Bildu. Y así hasta 44 condenados por delitos de terrorismo, que figuran en las listas no como un ejemplo de reinserción o normalidad democrática sino revestidos de un aura de verdugos como la mejor carta de presentación. Yo mataba guardias civiles, yo secuestraba funcionarios de prisiones, yo asesinaba a concejales. ¿Qué más argumentos necesitas para votarme?
Y mientras, el compadre Pedro Sánchez, satisfecho de haber incorporado a Bildu a la dirección del Estado, más callado que en misa. ¿Olvidamos?
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