La decisión de dedicarle una calle de Granada a Jesús Candel ha generado la misma controversia que en su día suscitó la figura de este activista y médico, tristemente desaparecido hace poco más de un año. A ver, no es que sea el monotema en ... los bares, que para eso ya tenemos la rodilla de Gavi, pero algunos comentarios sueltos sí que han llegado a mis oídos, unos colmados de satisfacción por la medida y otros bien nutridos de críticas a la decisión municipal. Esta división de opiniones, cuyo resultado es imposible de medir con métodos científicos, coloca de por sí un importante asterisco a la idea de ponerle una calle al mentado médico, cuyo breve pero intenso paso por la vida dejó luces pero también sombras.
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Candel irrumpió como un soplo de energía, más bien un huracán, cuando la Junta de Andalucía pretendió reorganizar los hospitales granadinos, una remodelación que devaluaba seriamente las prestaciones sanitarias de la capital y la provincia, que amenazaba con empeorar el ya deficiente funcionamiento del sistema y que dibujaba un panorama siniestro para la sanidad pública en Granada. Lo habitual en esta tierra es que el asunto se hubiera sustanciado en estériles debates políticos que no habrían evitado la consumación de los planes de la Junta, gobernada entonces por Susana Díaz. Pero llegó Candel y se alzó contra todo eso con una determinación desconocida. Aupado por las redes sociales gracias a un discurso frontal y apasionado, Spiriman se hizo acreedor de un carisma exorbitante con el que encabezó unas movilizaciones ciudadanas tan multitudinarias y rotundas que ya forman parte de la historia de la ciudad. Sus opiniones, expresadas sin filtro a través de sus redes, cosecharon adhesiones instantáneas y sus innumerables adeptos se convirtieron pronto en fieles de una religión festiva que perseguía un fin noble, el más noble que pueda imaginarse: la salud, la salud de todos, pero...
Pero ese liderazgo desembocó pronto en un mesianismo agresivo e hiriente contra todo aquel que no comulgara con su forma de pensar. Candel impulsó y galvanizó un movimiento ciudadano ejemplar pero dejó cadáveres en el camino. Muchos. Demasiados. Disparó sin cuartel ni medida ni razón contra políticos, fiscales o periodistas que, simplemente, discrepaban de sus ideas. Se entregó con vesania a un populismo soez que hizo daño a muchas personas a quienes se creyó con derecho a juzgar y condenar. Abanderó una causa justa pero sus métodos dejaron de serlo cuando perdió las formas, que acabaron siendo el fondo. Respeto a quienes lo admiraron pero los mesías siempre me dieron miedo.
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