Es un héroe. Se llama Álvaro, se apellida García Ortiz y es un héroe. Dicen que también es fiscal, el del Gobierno, según dijo el ... presidente, pero eso no tiene importancia ahora. Este hombre, y no encuentro la palabra que defina su talla porque 'gigante' se me antoja liliputiense al lado de su obra, ha sido capaz de borrar sus whastapp sin mirar atrás y, no contento con eso, en un arrebato furibundo ha borrado también su cuenta de gmail. Mejor dicho, la ha eliminado, la ha borrado de la faz de la nube.
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Leo lo escrito y no me lo creo. O sí, porque la gente grande, los próceres, los que salen en la tele aunque sea entrando en un juzgado, son los que nos marcan el camino, los que recorren primero, con audacia y determinación, la senda ignota que después se nos ofrecerá al pueblo como un paseo fácil y trillado. Hace 150.000 años, un día feliz consistía en salir de la cueva y regresar horas después entero y con una hermosa pieza de caza sobre los hombros. Un homo sapiens de nuestros días sabe que el día no ha sido del todo malo si al irse a la cama tiene el mismo número de correos electrónicos en su bandeja de entrada que cuando se levantó. Y del whastapp ya ni te cuento.
Álvaro García Ortiz, diosloguarde muchos años, decidió un buen día cortar por lo sano y en vez de tirar el móvil al váter y saltar después desde un décimo piso, se entretuvo en vaciar su teléfono, en dejarlo en los huesos, en hacer desaparecer cualquier rastro de sus comunicaciones digitales, fuente de desdichas e irritaciones. Y seguro que después se fue a la playa, o a pescar, o se calzó un güiscazo de 30 años como liturgia iniciática de su nueva vida.
La fachosfera atribuye ese celo borrador a no sé qué investigación judicial en la que se encuentra inmerso, pero no es cierto. El hombre andaba ya barajando lo de dejar su rastro digital como una patena cuando, ¡ale-hop!, un juez cualquiera, es decir, del PP, decidió investigarlo al mismo tiempo. Y a nadie lo pueden empurar por una mera coincidencia. Es más, habría que levantarle una estatua, algo así como la que hay en una isla frente a Manhattan pero, en lugar de con una antorcha en la mano, blandiendo un teléfono móvil.
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Le envidio. A diario me bombardean anuncios de aplicaciones diseñadas para ahorrar espacio en la memoria del iPhone, para eliminar fotos duplicadas, para vaciar el caché, para que tu teléfono de 128 gigas te ofrezca 127 de almacenamiento. Y no sé por cuál decidirme. Con lo fácil que sería que un juez me investigara. Iba a dejar el móvil como el de Álvaro. Como los chorros del oro.
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