Comido de mierda
Con la caída del aguijón descontrolado, se derrumba el último símbolo de un movimiento que no fue otra cosa que una colección de moralinas
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 1 de noviembre 2024, 23:15
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Manuel Pedreira Romero
Viernes, 1 de noviembre 2024, 23:15
Disponemos en el periódico de un analista político de primer nivel y consumo propio. Sus preclaros dictámenes nunca han salido de las paredes de la redacción, un lugar donde malbarata su talento en asuntos como el pádel o el baloncesto mientras, entre crónica y crónica, ... nos anonada con sentencias como disparos. Esos juicios tienen además la cualidad de ser expresados de una manera atípica para estos tiempos, de un modo más allá de las modas. Nuestro analista habla en verso. Es un adalid de la rima consonante y, por tanto, un transgresor llegado directamente del Siglo de Oro, digno heredero de Quevedo, Lope y Tirso de Molina.
Les pongo un ejemplo. Cuando se desató el lío separatista en Cataluña y no sabíamos adónde acudir, nuestro protagonista despachó el asunto de este modo: «Puigdemont tiene un flemón». Así, sin anestesia. Por la misma época, y ante una crisis de resultados del Granada, cortó de un tajo el nudo gordiano del equipo con una frase para la historia, «Esto es más grave que lo de Kravets», incrustando en la posteridad a un delantero ucraniano perfectamente olvidable.
¿Por qué desvelo hoy esta interioridad del periódico? Porque el ínclito poeta de la actualidad ha vuelto a hacer de las suyas con motivo del terremoto político desatado en las filas de Sumar. Sosteníamos en la redacción un enconado debate sobre la dimisión del tal Íñigo y el alcance de la responsabilidad de Yolanda Díaz cuando escuchamos su resonante voz como un cañonazo: «Parece que a Errejón le gusta clavar el aguijón». No, no se rían, que la cosa no tiene ninguna gracia, pero habrá que refugiarse en la sonrisa para tratar de olvidar las imágenes terribles que nos acribillan el corazón desde Valencia. Así que volvamos a Errejón pero sin chascarrillos.
Con la caída del aguijón descontrolado se derrumba el último símbolo de un movimiento que no fue otra cosa que una colección de moralinas, una histeria desaforada y casposa. En todos sus discursos, en todas sus propuestas, en todas sus soflamas subyacía el ánimo de darnos una lección. Una lección moral. Con el cinismo como única bandera, denostaron a los empresarios mientras ellos defraudaban a Hacienda (Monedero) y estafaban a sus trabajadores (Echenique), presumieron de que jamás abandonarían su piso obrero y pronto se mudaron a un chalé en la sierra (Iglesias) y se arrogaron el papel de feroces feministas, únicos defensores de los derechos de las mujeres, y ahora hemos sabido que el principito de la ultraizquierda llevaba las gafas como el lobo del cuento, para ver mejor los culos y las tetas que después iba a manosear al grito de «¡no es sí!». Vinieron a limpiar y lo han dejado todo comido de mierda. Maestro, la rima.
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