Va a resultar una falacia más aquel dicho según el cual del cerdo nos gustan hasta los andares. No parece que a quienes pasean por la Fuente de la Bicha o por los alrededores de San Miguel Alto les guste mucho toparse con un hermoso ... ejemplar de cerdo vietnamita que merodea por aquellas latitudes, noticia de la que hemos dado generosa cuenta y espacio estos días, tanto en nuestras páginas impresas como en las que vuelan por el ciberespacio hasta sus teléfonos móviles.
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El cerdo del que les hablo asusta al personal por su volumen y lo imprevisible de su comportamiento. De un gato espera uno ronroneos, de un perro, algún que otro guau amistoso y de un jilguero, gorgoritos, pero de un cerdo, de un marrano de esas dimensiones… qué cabe esperar, además de gruñidos. ¿Conversación? ¿Una disertación sobre las novedades editoriales que nos esperan para 2025? ¿Acaso una confesión de que fue él y solo él quien filtró los documentos confidenciales que se intercambiaban la fiscalía y el abogado del novio de Ayuso? Resulta cuando menos insólito esperar algo así de un gorrino. Tanto como sería verlo espatarrado al sol leyendo un manual de resistencia mientras el sol gana altura sobre la Alhambra. Nada de eso ocurrirá.
El cerdo, tan presente en nuestras mesas estas navidades, ha saltado estos días a las noticias locales y no por el precio de sus extremidades una vez curadas ni por la variada anatomía que lo compone (carrillera, presa, lagarto, secreto, pluma, abanico y todas esas moderneces) y que suele acabar en una plancha o embutido en tripas y cortado en rodajas, sino porque se aparece a los senderistas como las ánimas del bosque o como una deidad. Y no se me ocurre animal mejor para ser ungido con esas cualidades totémicas que invitan a la veneración. No será el más hermoso de la creación pero, y esto ya es cuestión de gustos, es de los más sabrosos.
El cerdo de San Miguel que tanto miedo da debe ser considerado como una criatura mitológica, una creación de Ovidio que disfraza quizás la identidad de un dios. Su mensaje está aún por descifrar igual que todavía no tenemos muy claro qué representa el monolito de Kubrick. Ardo en deseos de encontrármelo y no dudaré en interpelarlo aunque me juegue el pellejo.
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Amargo el destino de este marrano, que en lugar de recibir miradas de deseo es recibido con miedo y aprensión. Merece el indulto, el mismo que no disfrutan los cerca de sesenta millones de congéneres que mueren cada año en España para llenar nuestras mesas y nuestras arterias. De esos no se acuerda nadie. Una cerdada.
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