La duda de Jean-Pierre

Hay vida más allá de las versiones oficiales, una vida subterránea que no obedece a ninguna convención

Manuel Pedreira Romero

Viernes, 25 de octubre 2024

Existe la posibilidad de que Jean-Pierre cambiase de opinión y decidiera rendirse, volver al redil, sofocar el loco impulso que le llevó a dar esquinazo a su familia la tarde del domingo después de una caminata por las faldas de Sierra Nevada. Porque puede ... que su desaparición no fuese más que una fuga premeditada que terminó en arrepentimiento. O quizás fue la suya una huida improvisada, un abandono espontáneo, una despedida a la francesa y a ver lo que salía hasta que el frío, el hambre y la soledad le empujaron a regresar.

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Todo esto no son más que suposiciones, un pasatiempo, una manera de poner todo esto perdido de palabras. Lo único que sabemos, lo que se ha publicado, es que el domingo pasado desapareció un ciudadano francés de 63 años mientras practicaba senderismo con su familia por la Alpujarra. Durante tres días, guardias civiles de diversas unidades, pertrechados con perros y drones, lo buscaron sin éxito por lomas, veredas y barrancos hasta que el miércoles el francés apareció por su propio pie en Bayacas, una pedanía de Órgiva. El hombre explicó que se desorientó y que durante tres días, con sus noches, deambuló por la sierra, se cobijó en corraletas de pastores, comió membrillos y sació su sed en los innumerables veneros que surgen aquí y allá en esa comarca serrana.

Esa es la versión oficial y, seguramente, la única cierta. Pero hay vida más allá de las versiones oficiales, una vida subterránea que no obedece a ninguna convención porque la única que rige es la ausencia de ellas. Por eso a lo mejor Jean-Pierre, o Didier, o Jerome, o Laurent, qué más da cómo se llame, se extravió aposta en la Alpujarra. No habría sido, desde luego, el primer forastero que se enamora de esa luz y decide dejarlo todo para afincarse allí, a la sombra del Mulhacén. Los ejemplos se cuentan por miles y es un goteo que no cesa.

Acaso el de Jaques, o Bernard, o Gilbert, o Françoise habría sido uno de los casos más excéntricos, un aterrizaje atribulado y vagamente silvestre, pero nadie se habría asustado de ello en la Alpujarra, la comarca de las mil lenguas y el millón de atuendos. Así que pienso que Romain, o Julien, o Christophe, o Michel pensó que hasta allí había llegado, que no quería volver a su piso se setenta metros en Toulouse, que se había cansado de verle el careto a su parienta y de su propio careto demacrado a la luz mortecina de su país de origen. Y en el primer cruce de caminos, se largó a ser feliz entre olivos centenarios y almendros todavía sin flor. Pero llegó la noche y con ella el fantasma de la duda. Y el miedo y la cobardía ganaron la partida. Y se dijo, mejor vuelvo, a ver cómo termina lo de Ábalos. Y en esas se plantó en Bayacas.

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