El fantasma de la lluvia
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 15 de noviembre 2024, 22:51
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Manuel Pedreira Romero
Viernes, 15 de noviembre 2024, 22:51
Sería absurdo no reconocer que después de haber contemplado con un espanto largo y tembloroso las escenas vividas en Valencia, la lluvia ha dejado de ser por un momento ese maná esquivo y siempre deseado para convertirse en un asesino frío e implacable, peor que ... la lava de un volcán enfurecido.
El miércoles nos preparamos para vivir el fin del mundo con la ventaja de que ya sabíamos detrás de qué puerta esperaba el asesino. Tocamos a rebato y nos quedamos en casa a contemplar la monotonía de la lluvia tras los cristales. El zafarrancho traía en sus vuelos el anuncio de algo grande. Cerrábamos los ojos y veíamos pasar los coches arrastrados por el río en que se iban a convertir nuestras calles, el personal en los tejados, el Genil arrasando la vega y consumando su venganza por el maltrato que sufre a su paso por la capital.
No pasó nada. Llovió y no hubo más. Dos días sin clases en los colegios, institutos y facultades. Vuelta al teletrabajo. Buses aparcados. Citas médicas canceladas. Miedo en el cuerpo. A algunos todas estas medidas les han resultado excesivas, una sobreactuación para no acabar en la lona como Mazón. Son los mismos que el lunes aciertan sin fallo el pleno al quince y que cuando las mulillas arrastran al toro descubren que con el pitón izquierdo se habrían pagado el cortijo de un tirón.
El miércoles llovió mucho en Granada. Jarreó de lo lindo pero los cántaros no nos dieron en la cabeza. Fue una Dana de fogueo, de tapa blanda. En Chauchina, en Santa Fe, en Valderrubio, en Motril dirán que no, que fue una Dana con todas las letras, una gota fría de las de antes, pero basta con echarle un vistazo a lo de Valencia para plegar velas y prender cirios de agradecimiento.
Mantenemos con las nubes y su producto uno de esos idilios arrebatados y perversos, como el amor de Richard Burton y la Taylor, un romance que viene y va, un canguelo de quita y pon. Sin apenas espacio para el término medio, pasamos de rogar para que venga el agua a rezar para que se vaya.
La lluvia me ha jodido muchos planes a lo largo de la vida pero nada me garantiza que esos planes habrían salido bien en seco. Nunca entendí que los avances científicos no permitieran elegir una lluvia nocturna y mansa, que solo empapara la sémola de tierra que separa unos olivos de otros, una de esas lluvias que en el fondo solo sirven para llevarse con elegancia el paraguas de otro al salir del urólogo. No me gustan las nubes, pero, sin embargo, a veces me sorprendo echando de menos el fantasma de la lluvia susurrando mi nombre en las esquinas.
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