Deambular. Un verbo inspirador tanto por lo ampuloso de una pronunciación que obliga a poner morritos de influencer como por su significado de resonancias bohemias. Uno camina hacia algún sitio con destino fijo y paso decidido. Uno anda y se dirige a hacer un mandado ... para volver después a casa. O es despedido con cajas destempladas. ¡Hala, andando! Pero deambular, deambular es cosa de desocupados, voluntarios o forzosos, que van de allá para acá con las manos en los bolsillos y que dejan atrás un trazado, loco, en espiral, picassiano.

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Me confieso deambulador. Me gusta salir sin rumbo fijo y fracasar una y otra vez en mi sueño de perderme por una ciudad un millón de veces recorrida. Solo el Albaicín es capaz de regalarme de vez en cuando esa sensación casi onírica que se resume con la frase «Coño, creo que es la primera vez en mi vida que paso por esta calle». Una vez deambulé tanto que, asustado por si mis pasos me habían llevado demasiado lejos por la Chana, me detuve a mirar fijamente la acera de enfrente por si lo que había allí delante era una calle de Berlín. Salgo a extraviarme como un sospechoso que huye a paso lento, pero seguro de que no hay miguitas suficientes para darle caza.

Como entonces me largaba sin saber muy bien adónde, acuñé una frase imbatible cada vez que en casa me veían coger la puerta y me preguntaban «Niño, adónde vas». «A la calle». Y ahí se acababa la historia. Ahora ya no es necesario preguntar. La respuesta la llevamos en el bolsillo. Estamos geolocalizados las 24 horas del día. El Gran Hermano infalible conoce nuestros pasos, nuestras idas y venidas, nuestros titubeos, todas nuestras deambulaciones. De la primera a la última. Por si no bastará con el teléfono móvil, un ejército de ojos fiscalizan las matrículas de nuestros coches con tal vesania que un ingeniero de software ha desarrollado un mapa interactivo que permite identificar la ubicación de las cámaras de reconocimiento automático de matrículas en distintas ciudades del mundo. En Alemania, una agencia de protección de datos ha ordenado a la empresa Worldcoin que elimine todos los datos de iris que almacena en Europa para identificar a sus usuarios. Los ojos de miles, millones de personas, catalogados y ordenados.

El colmo ha llegado esta semana en un pueblo de Soria de apenas cincuenta habitantes. Allí, un tipo salió un día a la calle a guardar un cadáver en un maletero y, ¡zas!, lo ha trincado la cámara de Google Maps. La falta de intimidad es insoportable. Ya saben, si tienen un fiambre… mejor en rodajas.

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