Conviene recordar. Es sano. Y democrático. Y justo. Y obligatorio. Hacía calor en Málaga la noche del sábado 15 de julio del año 2000. José María salió de su casa, con su mujer y su hija de 17 años, para asistir al pregón de la ... Biznaga. Nunca llegó al pregón. Ni siquiera le dio tiempo a montarse en el coche. Un hombre le apuntó con una pistola y disparó. Le temblaba tanto la mano que erró los dos primeros tiros. José María trató de esconderse entre los coches pero el asesino disparó otras cuatro veces hasta acertarle en la nuca. Después, el matarife huyó en un coche donde Harriet esperaba a que terminara de matar.
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También amaneció soleado el lunes 9 de octubre de aquel año. Luis salió del trabajo y se marchó a casa, en un edificio de viviendas cercano al campus de Fuentenueva de la Universidad de Granada. Entró en su portal y llamó al ascensor. Su mujer y sus hijas lo esperaban para comer y celebrar su santo. Nunca llegó a coger ese ascensor. Harriet salió de un recodo y sin mediar palabra le voló la cabeza de un disparo. Después huyó con su compañero, el mismo de Málaga, hoy por ti, mañana por mí, no sin antes dejar aparcado un coche bomba a la vuelta de la esquina.
Una semana después, de nuevo hacía buena tarde, esta vez en Sevilla. Un veranillo lánguido que se resistía a marcharse. Harriet y su amigo tenían cita con el médico, un tal Antonio, otorrino, coronel del Ejército del Aire. Entraron a la consulta y no dio tiempo a que Antonio usara el otoscopio. Ellos usaron sus pistolas y lo mataron. Harriet tenía entonces 23 años y aquella de Sevilla fue su última tarde en libertad.
Hasta ahora.
Detenido esa misma noche, fue condenado a 128 años de cárcel. A lo largo de este tiempo ha pasado por varias cárceles. Desde una de ellas, amenazó por carta a una jueza de la Audiencia Nacional. En la prisión de Córdoba, agredió a dos funcionarios. Hace tres años, el ministro Grande-Marlaska autorizó su traslado desde Castellón a Logroño pese al criterio en contra de la junta de tratamiento del centro. De ahí pasó a la cárcel de Basauri, ya en Euskadi. Esta semana, la consejera vasca de Justicia y Derechos Humanos (sic), la socialista María Jesús San José, ha tocado con su varita mágica a Harriet para que se beneficie de la semilibertad del tercer grado, pese a que no ha pedido perdón a sus víctimas en sede judicial, tal y como exige la ley. Pese a la petición de las víctimas, la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha decidido no recurrir la decisión de la consejera vasca.
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Hasta aquí, la memoria y los hechos. Me he quedado sin sitio para las opiniones. Adelante.
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