Orejas sin cerumen
La vaca es campechana como un Borbón y se limita a mirar pasar el tren y los excursionistas
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 6 de septiembre 2024, 23:07
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Manuel Pedreira Romero
Viernes, 6 de septiembre 2024, 23:07
La vaca. No es raro toparse con alguna vaca por la vereda de la Estrella. Más bien por las zonas aledañas al sendero, que estos animales son muy sosegados y rehúyen el enfrentamiento como si de un Félix Bolaños con cuernos se tratasen. La vaca ... asusta por el tamaño y el vigor que exhibe el movimiento de su cola, que espanta las moscas con latigazos sobre su propio lomo, un zurriago natural e incansable digno de mejor lomo. Pero la vaca es campechana como un Borbón y se limita a mirar pasar el tren y los excursionistas sin hacer ningún comentario. Si acaso, se desplaza un par de pasos y mueve su imponente cabeza de un lado a otro, gesto suficiente para que el paseante no le quite ojo de encima.
Hace muchos años, poseído por un inconfesable furor taurino y más aún por el deseo de impresionar a mis acompañantes, llegué a encararme con uno de estos animales por el barranco de San Juan. De chavea había escuchado que por la sierra pastaba la vacada de Pelayo, un ganado con cierto porcentaje de sangre brava, y allá que me fui camiseta en ristre a citar a la paciente vaca, que se limitó a mirarme con desdén mientras sus ojos lentos decían «dónde vas, farfollas… a que te doy un susto».
He recordado aquel lance con la vaca, mi frustrada faena a la luz de la luna (eran las dos de la tarde), al conocer la historia del animal atrancado esta semana en un torrente del río San Juan, un suceso que llegó a movilizar a los bomberos y a la Guardia Civil para montar el pertinente operativo de rescate. Un senderista advirtió que la vaca estaba encajonada entre las rocas y dio el aviso. Finalmente, no hizo falta el concurso del personal uniformado. El dueño de la vaca se las apañó para sacar al animal del aprieto sin más ayuda que su maña y su experiencia. No será la primera res que se le escapa a hacer barranquismo sin permiso. Ni será la última.
Aplaudo el gesto del excursionista, que se preocupó por el destino de ese animal en apuros y pidió ayuda en lugar de hacerse un selfie con la vaca y seguir su camino. A nuestro alrededor pululan otras vacas metidas en problemas, atrapadas en la necesidad y la angustia. Son vacas con rostro humano, encerradas a menudo entre rocas invisibles e insalvables, anhelando que pase a su lado un senderista con corazón. Solo hay que estar atentos, con los ojos abiertos y las orejas sin cerumen por si el mugido de socorro es bajito, apenas un murmullo. Y hacerle caso a los pastores. Ellos saben.
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