Fusilaría a todos los que necesitan llevar gafas, que las tienen, pero que no se las ponen por razones estrictamente estéticas. Sé que la medida es muy drástica y que, al darse esta desviación de la conducta con mucha más prevalencia entre las mujeres según ... un reciente estudio de la Universidad de Stanford, la ejecución sumaria que propongo estaría muy mal vista. Sin embargo, es la única manera eficaz que se me ocurre para atajar el problema.
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Esta gente acostumbra a usar las gafas en casa pero cuando pone un pie en la calle, las gafas a la funda y a mí que me registren. Vas con ellos por Recogidas, les señalas tal o cual cosa de la acera de enfrente y empiezan a arrugar los ojos, más y más, hasta convertir su rostro en una réplica exacta de Mao Zedong, con uniforme militar, libro rojo y revolución cultural. Escrutan, ladean la cabeza, y al final te sueltan «no sé lo que me dices, no lo veo desde aquí». Les pregunto entonces por sus problemas de visión y me contestan ufanos que sí, que tienen gafas pero que no se las ponen. Y no los fusilo porque ya no quedan paredones como los de antes.
El ser humano tiene estas cosas. De hecho, demuestra su humanidad con este tipo de comportamientos obtusos que nunca se darían en cualquier otro animal. Si el tigre que te ha visto fumando fuera del jeep necesitase las gafas para calcular cómo saltar sobre ti para devorarte, y tuviese esas gafas a mano, ¿se las pondría o las llevaría en la riñonera?
Menudean los vídeos de niños muy pequeños, miopes de categoría, a los que les colocan las gafas por primera vez en sus vidas. Manotean, lloran, hacen aspavientos y no se dejan hacer hasta que por fin alguien consigue encajarles las lentes delante de los ojos. La sonrisa apabullante que se dibuja en sus rostros al distinguir por primera vez la cara de su madre es una de las mejores cosas que pueden verse por las redes sociales, junto con los vídeos de prensas hidráulicas aplastando peluches.
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El Supremo Hacedor pinchó al diseñar la vista. Le salió una chapuza. No se explica que un niño con dos años ya necesite gafas y que esa misma persona pueda vivir más de cien años con la lucidez de un Francisco Ayala. Para corregir ese error de fabricación se inventaron las gafas, pero cuestan dineros y hay quien no puede pagárselas. Por eso aplaudo la iniciativa del Parlamento andaluz, que va a costearle las gafas o las lentillas a los menores y a los mayores con rentas bajas. Y ordenará fusilar a quienes se nieguen a ponérselas.
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