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Predio y galpón

Cada año recibimos con alborozo las nuevas palabras que la Real Academia incorpora al diccionario pero no leo por ningún lado los obituarios por las que mueren

Manuel Pedreira Romero

Viernes, 8 de septiembre 2023, 21:25

La Guardia Civil ha detenido a una banda que se dedicaba a robar lebrillos de cerámica antigua por toda la provincia. Los forajidos husmeaban por el exterior de las viviendas, se asomaban a los muros y oteaban por las cancelas hasta que un par de ... cacos saltaba la tapia y otro ladrón les esperaba con el coche arrancado escuchando a Los Chunguitos. Mi primera reacción al leer la noticia fue de sorpresa porque desconocía la elevada cotización de los lebrillos en el mercado negro, con piezas que alcanzan los mil euros. Lamenté mi procedencia urbanita. La mía y la de unos ancestros que en lugar de lebrillos lo más valioso que han podido dejarme en herencia es un bonobús. Más tarde reparé en la palabra lebrillo y advertí que ha caído en desuso y que suena a castellano antiguo, rural, polvoriento y sabio. Dudo mucho que cualquier alumno de la ESO, en especial de ciudad, conozca el significado de esa palabra. De esa y de otras muchas que sucumben día tras día apabulladas por el paso del tiempo. Recordé la frase de Wittgenstein, que sostenía que los límites de su mundo lo marcaban los límites de su lenguaje, y sin adentrarme en honduras filosóficas para las que me faltan, a manos llenas, talento y dedicación, lamenté el inexorable encogimiento de nuestros mundos al menguar el vocabulario que manejamos.

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