Si te llamas Pompeyo, no puedes llevar una vida normal, insulsa y saludable, de esas cuyo único vicio consiste en no beber alcohol y volver a casa cuando cierran los bares. Cuando arrastras el Pompeyo desde la cuna, más pronto o más tarde habrás de ... hacer algo para aparecer en los papeles antes de que tu nombre quede solo como la curiosidad del día en la página de esquelas. Además de presidir carreras de cuádrigas o incendiar ciudades, llamándote así puedes jugar como puntero izquierdo en Rosario Central y nadie se va a escandalizar, así que conviene afilar el ingenio. Las opciones son tan variadas como difusas. Promotor de combates amañados, director de orquesta en apuros, matón sin ínfulas en la Ndrangheta… cualquiera cosa vale. Y si alcanzas una determinada edad y ninguna de esas alternativas cuaja, siempre puedes recurrir al comodín de enviar seis paquetes bomba a diferentes embajadas y al presidente del gobierno de tu país. Eso no falla casi nunca.

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Sospecho que Pompeyo González ha acarreado toda su vida una honda frustración por el apellido ramplón que acompaña a su rimbombante nombre de pila, y eso termina reventando por algún sitio. El González le sienta al Pompeyo como a un Cristo dos pistolas. Es un Ferrari con barras en el techo, así que yo comprendo a ese hombre. La ira se acumula, la incomprensión hace mella y ya solo queda buscar tutoriales en internet sobre cuánto pesa un litro de uranio y dónde se fabrican tanques en España.

Las explicaciones de Pompeyo ante el juez han rayado muy alto. «Uno pide: 'Quiero aprender cómo hacer una bengala', y después salen enlaces... y termina uno en 'misiles' o yo que sé». Y tiene toda la razón. Yo entré una vez a buscar cuál era la mejor hora para regar los geranios de la terraza y una semana después había reventado el transformador del barrio y tenía a los vecinos atufados y a la Guardia Civil en la puerta. Los paquetes bomba interceptados guardaban vestigios del ADN de Pompeyo, pero para eso también había una explicación: compró el material pero lo acabó tirando a la basura. «Hay gente que va a los contenedores a recoger todo eso. En mi buzón aparecen sobre abiertos de vez en cuando. Desde entonces, tengo los recibos por internet», aclaró el hombre, con una exhibición de sensatez de la que a buen seguro habrá tomado nota el tribunal.

El fiscal le preguntó: «¿Ha tenido la intención de desestabilizar el sistema democrático». Y Pompeyo respondió: «Ni se me ha ocurrido semejante tontería». Por un momento pensé que le estaban preguntando a Puigdemont, pero entonces recordé que no, que a los fiscales y a 48 millones de personas nos han dejado con la pregunta en la boca.

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