Si hay una meta para esta humanidad desconcertada es recuperar aquella sintonía con la naturaleza, propia de algunas épocas y quizá de algunos pueblos, si bien viene demostrando escasa sensibilidad para todo lo viviente, es decir, las piedras, los vegetales, los animales y los seres ... humanos. La historia está repleta de casos de destrucción, mientras que los que construyen aparecen casi como excepciones.

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Los seres vivos que se llevan la palma del martirio son sin duda los árboles, sujetos a toda clase de veleidades y caprichos, por culpa de las ocurrencias humanas y sin poder huir de los fuegos, o de las talas que los amenazan.

Ha tenido que pasar mucho tiempo para que sepamos que la compañía de los árboles, del tipo que sean, es fundamental para la salud y la vida de las personas, que habitan las ciudades. Su cercanía sosiega nuestras almas, un paseo por un lugar arbolado nos serena casi inmediatamente y nos ayuda a superar la melancolía, como aconsejaba el filósofo renacentista Marsilio Ficino. Un rato cuidando nuestras plantas nos hace bien, indefectiblemente, hay como un lenguaje que llegamos a comprender en algunos momentos especiales.

Podría seguir comentando las maravillas que nos aporta la naturaleza que tenemos cerca de los lugares donde nos movemos, pero no es ese el objetivo de esta columna. Como ya han hecho muchos granadinos, quiero señalar que en la bella Granada, desde hace años, la vida de los árboles, especialmente los más veteranos en nuestras calles, está siendo tratada como si fueran un estorbo inservible, que molesta y a la primera de cambio los eliminan, con el débil pretexto de que así lo requiere la circulación de los vehículos por sus calles. Y lo que es aún más triste, no se les da la oportunidad de adaptarse en nuevos entornos, mediante la replantación en otro lugar. De hecho, ya tendríamos un hermoso parque en Granada si de verdad se hubiesen trasplantado los que quitaron en otras campañas de aniquilación. La excusa para no conservar esos verdes seres es que a lo mejor no se adaptan a su nuevo hábitat, una vez consumada la operación de extracción de su sitio.

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Lo curioso de este asunto es que los munícipes que son responsables de esos arboricidios no asumen unas decisiones que deben comprender que son injustas y perjudiciales y se remiten a unos 'técnicos' que son los que han decidido sobre el destino de unos árboles adultos, si es que se les puede calificar así. También los árboles pueden enfermar e incluso morir, pero en este caso se trata de ejemplares sanos, condenados a las talas, para que haya pior ejemplo, una nueva rotonda.

No deja de ser triste que estas situaciones susciten tensiones entre los ediles del ayuntamiento de la capital, como en una especie de politización de la naturaleza, con opiniones encontradas sobre el valor de los árboles y si es prudente quitarlos de en medio porque estorban. Habría que reclamar un consenso en ciertos temas importantes para la vida de los granadinos y éste es uno de ellos.

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