Era por la mañana temprano, aunque aún quedaba un rato para levantarse y prepararse para el trabajo. Se despertó de un salto, al escuchar el insistente sonido del timbre de la casa. Qué habrá pasado, se preguntaba mientras bajaba las escaleras. Pronto lo supo: lo ... que había pasado era que una pareja de la Guardia Civil le requería, en relación con una casa que tenía alquilada en una urbanización de chalets adosados de uno de los pueblos del cinturón.
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Pues bien, se trataba de sus inquilinos, que estaban cultivando y traficando con marihuana. Los civiles habían llamado a la puerta de la casa en cuestión pero nadie abrió, con lo cual resolvieron abordar a los propietarios del supuesto criadero de la droga, a quienes de algún modo quizás consideraban también responsables.
Mientras se recuperaba del susto y del estado de ansiedad consiguiente, recordaba a los inquilinos, a quienes solo había visto una vez, cuando la inmobiliaria les citó para la firma y demás trámites. Una pareja joven, hombre y mujer. Bien vestidos, educados y amables. En los años que 'vivieron' en la casa no habían retrasado el pago más que un par de veces, y siempre muy correctos, solicitando su benevolencia y agradeciendo su paciencia por el retraso.
Se puso en movimiento para despejar las incógnitas, llamando a la inmobiliaria, quien le informó cómo tenía que actuar, partiendo de la base de que el contrato que habían firmado no se había cumplido. También le aconsejó que les dijera algo así como que tenían un comprador para la casa y que necesitaba que se fueran lo antes posible, todo esto mediante un burofax, sistema que tiene validez para los casos conflictivos. Después de unas semanas de tensa espera, los inquilinos notificaron que dejaban la casa y depositaban las llaves en la inmobiliaria.
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Ni que decir tiene que la casa estaba prácticamente destrozada por dentro, pues todas las habitaciones se habían utilizado para cultivar la hierba, incluidos los baños, cocina y cochera. Es decir, que allí no había vivido nadie nunca. Lo más problemático es lo que habían hecho con la instalación eléctrica de la casa, cuya restauración fue el trabajo más peligroso, pues habían manipulado la acometida de una manera que puso en peligro al electricista que se encargó de restaurar toda la instalación, para lo cual hizo falta picar y hacer un agujero, donde estaban las tomas. Los suelos, de mármol y las paredes, llenas de pegotes, para sostener las instalaciones y los artilugios. «Estos no son una parejita que quiere fumarse sus canutos, sino unos profesionales que saben lo que hacen y generan droga a gran escala», dijo el electricista, que ya tiene experiencia en este tipo de trabajo.
Aparte de todo lo que han tenido que reparar en la casa, con su correspondiente gasto, queda en el aire un problema que empieza a ser frecuente, a medida que la 'industria' de la marihuana va creciendo entre nosotros, cada vez más. A veces nos fiamos de gente por su aspecto o sus modales, pero que son lobos con piel de corderos.
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