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Cuando escribo estas líneas, todavía quedan los ecos de alegría y entusiasmo que despertó en todo el país la hazaña de la selección española de fútbol, victoriosa entre los grandes equipos de Europa. «España Invencible», abría IDEAL hace dos días; «España reina en Europa» también ... escribió otro periódico… Nada nuevo, ya sabemos que el lenguaje de los deportes de masas recurre muy a menudo a un cierto estilo bélico o incluso heroico, en todo caso simbólico, especialmente cuando se trata del fútbol, que se ha convertido en un fenómeno global, probablemente por su capacidad para llegar al corazón de las gentes y conectar con ese misterio humano que es la identidad, es decir, sentirse perteneciente a una determinada comunidad, o pueblo.
Más allá de los aspectos económicos, del poderío de los clubes, de los 'sueldos' estratosféricos de los mejor pagados, no cabe duda que las sociedades actuales han encontrado un medio para reunir a las personas ante metas comunes que, aunque las ejecute un grupo elegido, que se considera capaz de conseguirlas, los espectadores las sienten como propias. Y esto es lo verdaderamente interesante.
Desde hace años los antropólogos vienen investigando este fenómeno social que desborda los límites de un simple deporte, o un juego. El fútbol ha conseguido una relevancia y todo un universo de símbolos que comparten los seres humanos de las más variadas culturas. Tan importante es la fuerza de lo simbólico que hay quienes han llegado a escribir que se trata de una 'religión', con sus reglas, sus rituales específicos, acompañados de un lenguaje sofisticado. Pero también podríamos compararlo con una pequeña ciudad estado, pues en un torneo se aplican las 'leyes', que marcan los reglamentos con una autoridad reconocida por todos los que intervienen, con castigos a quienes no las cumplen… Se trata de un pequeño mundo que todos comprendemos y aceptamos, con una meta muy clara: que los 'nuestros' triunfen, que demuestren que son mejores que los adversarios (que no enemigos). Y hay también otros rituales establecidos, como felicitar a los que han ganado por ejemplo.
Antes de que se me acabe esta columna quiero referirme al aspecto moral del 'deporte rey', es decir, hasta qué punto promueve valores, o no, que sirvan de referencia para comportamientos en las complejas sociedades actuales. En este episodio tan brillante que acabamos de presenciar lo hemos visto con los propios ojos: la buena dirección del seleccionador, que enseña a cooperar y a sacar de cada uno lo mejor que puede aportar al conjunto; la humildad de sentirse parte de un grupo (algunos le han llamado incluso 'familia') en el que cada uno tiene su función y su tarea; la inteligencia para descubrir lo que hay que hacer en cada momento para llegar a la meta que nunca es olvidada, la capacidad para concentrarse, dominar la inquietud y disfrutar del presente, vencer el miedo…
No solo hemos visto una brillante victoria, también buenos ejemplos para enfrentarnos a la vida que, en el fondo, también es un juego.
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