El interrogatorio al que sometió el juez instructor del caso de Íñigo Errejón a Elisa Mouliáa es el vivo ejemplo de la violencia institucional que en este país se ejerce sobre las mujeres. Lo que le ocurrió a la denunciante del político es sólo un ... ejemplo de la doble victimización y el acoso que viven cientos de mujeres que denuncian a sus agresores aunque los vídeos de estas víctimas no se hayan filtrado a los medios al carecer de un valor mediático como sí parece que tiene el caso Errejón. Mouliáa respondió acosada por el juez durante hora y media y de pie –algo insólito, según ha comentado el sector judicial- a las insidiosas preguntas del juez Carretero como «¿para qué cree usted que se sacó Errejón el miembro viril?» con un desprecio absoluto hacia la dignidad de la demandante.
Según ha trascendido, al juez se le conoce en su mundillo como 'El pistolas' porque en alguna ocasión ha ido con un arma a trabajar y la ha mostrado a la gente, tal y como hizo Errejón a Mouliáa con su miembro viril. ¿Para qué se sacó la pistola el juez? cabría preguntarse en ese mismo contexto de preguntas absurdas.
Aunque haya muchos jueces y juezas como Carretero –a ver si iba a tener razón Irene Montero…- hay que romper una lanza a favor de otro grupo que ha presentado, no una, sino hasta 900 quejas y denuncias tanto por la filtración de la cinta como por el trato del juez en relación a su abuso de poder. Ante este aluvión de quejas, el CGPJ ha abierto una diligencia informativa contra el juez.
Además, la Asociación Mujeres Juezas ha emitido un comunicado en el que recuerdan que el ejercicio de la función judicial «requiere de innegables conocimientos jurídicos que deben ser continuamente acreditados por los jueces y juezas de este país» y que, junto a ello, son necesarias otras aptitudes y capacidades que «tristemente, no cuentan con un control de excelencia tan efectivo». Está claro para quien va el recado.
El juez Carretero imputó al humorista Dani Mateo por sonarse la nariz con la bandera de España, descartó cualquier responsabilidad en el Ayuntamiento de Madrid por las mascarillas de Luis Medina y Alberto Luceño, quiso acusar por prevaricación en el Delcygate y se negó a imputar un delito de odio a un ciudadano español que amenazó con un arma a un grupo de migrantes al grito de «maricones y moros de mierda». No le veo muy progresista y, por eso, me llama la atención que haya hecho prevalecer su misoginia por encima de su ideología conservadora en un caso en el que podría 'darle' a un 'rojo rojísimo' como Errejón. En lugar de eso, se ha situado del lado del varón para cuestionar todos y cada uno de los postulados de la mujer denunciante. Errejón era 'uno de los suyos'. Lo que patriarcado ha unido, que no lo separe una denunciante por acoso sexual.
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