El martillo convertido en cruz
Tribuna ·
Pongamos la esperanza en resurgir, pues limpias miradas suplican regeneraciónJosé García Román
Viernes, 2 de octubre 2020, 23:18
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Tribuna ·
Pongamos la esperanza en resurgir, pues limpias miradas suplican regeneraciónJosé García Román
Viernes, 2 de octubre 2020, 23:18
La Cruz de Cuelgamuros ha entrado en una peligrosa espiral de odios y enfrentamientos, desviándose el foco de las cruces en las que sangra una ... ciudadanía desvalida ante la opresión de leyes no precisamente justas. Hay símbolos dignos de respeto, siempre y cuando no se conviertan en imanes de violencia o banales amuletos. La hoz y el martillo –herramientas milenarias de trabajo y diario sudor– fueron transformados en señales de atrocidad y muerte por la tiranía fanática que decía luchar por un proletariado unido. Millones de ajusticiados por el hambre se fueron de este mundo con la sonrisa de mármol asomada a unos huesos descarnados, habiendo borrado de su horizonte promesas de espacios de libertad unos humanos inhumanos, unos revolucionarios reaccionarios, aliados de torturas, sangre y muerte, mostrando sus satánicos instintos en hornos crematorios, campos de exterminio y territorios del horror del Gulag y su «carretera de los huesos» –el cementerio más grande del Planeta– bajo la cual 'descansan' los restos de incalculables presos sin nombre. La esvástica (señal de 'bienestar'), nacida en el neolítico, presente en el mundo religioso, decorativo, esotérico y político, tras 20 años de terror nazi fue desterrada de occidente.
De aviso a navegantes durante siglos, la Cruz pasó a ser signo de perdón y reverencia, y contradicción. Sinteticémoslo en tres ejemplos. Bolivia: Evo Morales («yo quiero declararme marxista y comunista») entregó en 2015 al Papa Francisco un 'crucifijo comunista' en forma de Cristo clavado en un martillo, con la hoz a sus pies, copia de la imagen realizada por el jesuita Luis Espinal Camps, asesinado en 1980 por «denunciar la violencia política». China: A pesar del acuerdo con la Santa Sede en 2018, el Gobierno de Xi Jinping no ha paralizado la supresión de cruces en los templos. Francia: En la regia Catedral de San Luis de los Inválidos, coronada con una gigantesca cúpula que se eleva hasta los 100 metros –recubierta de oro y restaurada con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa en 1989–, brilla una cruz de intensa luz solar (en un país laico), y justo debajo, en la cripta, se encuentra el mausoleo de Napoleón.
La Cruz –sagrada desde aquella tarde del Calvario, y que recuerda permanentemente a tantos 'crucificados'– sigue siendo escándalo para un sector de la pseudoprogresía, si bien forma parte sustancial de nuestro paisaje y nuestra cultura milenaria. Los revolucionarios incapaces de poner freno a sus ansias de sangre, desconocedores de la compasión, antes, en y después de la revolución piensan que segando vidas, arrasando campos de sentimientos y creencias, vengándose cruelmente y dinamitando ciertos signos, se superan las injusticias sociales. Mas ya han pasado demasiados siglos para saber lo que estamos haciendo, al repetir los preámbulos de las peores páginas de nuestra historia. Los símbolos, por mucho que repugnen, no matan; sí quienes los usan como bandera de ignominia y guerras, incluidas las civiles. «No previeron lo que encerraba su germen. Iban a perderse los más preciados valores del patrimonio nacional. Vidas y bienes, para siempre» (Manuel Azaña en 'Causas de la guerra de España').
La falta de respeto a la Cruz indica que el rencor obnubila lo principal: el ajusticiamiento de Jesús de Nazaret, norte de innumerables vidas. De hecho, una de las frases de la Crucifixión que ha trascendido con más fuerza es ésta: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». ¡Cuántos heroicos ejemplos nos sonrojan! A veces el error ha sido pretender vencer con este 'signo' en lugar de convencer.
Hibernaba el oso de las revanchas y lo han despertado, mostrando sus fauces y garras en unos tiempos desafectos y avinagrados. Precisa España lucidez pública, pese a que abundan personalidades lúcidas que creen necesaria la construcción de diques a fin de contener las aguas desbordadas y frenar su ímpetu. Releguemos al olvido a todo 'gobernador', como el de aquella Roma, que se lave las manos con arrogancia ante injustas 'crucifixiones'. Percibimos que se destruyen paisajes mientras se 'diseñan' otros, traicionando a quienes construyeron puentes de paz, cercanía, concordia y justicia. Entre éstos, ciudadanos que en chimeneas humildes optaron por quemar páginas pendientes de venganzas y así calentar sus huesos helados durante largos inviernos, al mismo tiempo que con las llamas amorosas se iluminaban caminos de reconciliación.
Dejen la Cruz en paz y vigílese a los crucificadores. Pongamos la esperanza en resurgir, pues limpias miradas suplican regeneración. Sufrimos hoy momentos graves y a modo de verdugos pasivos estamos abofeteando y escarneciendo a España, que tiene clavadas miles de cruces en su corazón. Huelen sus campos a humedad de tormenta. Ciertas nubes negras en el horizonte pueden arrasar los cultivos que hemos trabajado y protegido. Los furiosos rayos son imprevisibles. No avisan. Y los truenos llegan tarde. ¡Cuidado con el lanzallamas de la crispación! Mejor anticipar el mensaje «la Patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón», que proclamarlo cuando se hayan perdido «vidas y bienes, para siempre».
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