Fue leer lo del corte de la coleta y salí disparado a internet a buscar biografías de Antoñete. Quería precisar cuántas veces se había retirado Chenel, ese que, según Sabina, descumplía años por naturales. Cuando fui consciente de que para acercarme a la cifra exacta ... necesitaba de unos conocimientos en el manejo de hojas de cálculo de los que carezco, abandoné la empresa. Sus cortes de coleta eran materia de big data.
Antoñete y Pablo, otro que se va y se corta la coleta, curiosa pareja en mi cabeza, cada vez más deteriorada. El torero del mechón blanco iba y venía de los ruedos, aparecía y desaparecía como un guadiana con muleta, pero siempre regresaba por la misma razón, las deudas. No tenía empacho en reconocerlo. Hablaba de sus muchas casas que mantener, de un tropel de hijos y mujeres, y en mi imaginación no me costaba verlo jugando a las cartas hasta el amanecer con Zapatones y El Fary, en una atmósfera tan cargada que hacía imposible distinguir el humo (Alvite).
Pablo no nos ha dado todavía una explicación. El mago de la palabra, el brujo de la verborrea redentora, el adalid de la verdad desnuda, no ha aportado ninguna razón para aclarar su huida. Tampoco ha justificado, y esto quizás sea aún más grave porque ahí se encierra todo el sortilegio de su ideología, su corte de coleta.
En las plazas, había dos razones para llegar a ese momento, el orgullo de haber alcanzado el puerto de una trayectoria completa, o la rabia. Había toreros que, arrastrado el último toro de su carrera, eran despojados de la castañeta en una ceremonia íntima y emotiva, junto a las tablas, arropados por el respeto y los aplausos de los aficionados. Pero también se daba el caso del diestro que, impotente, superado por la conciencia de su incapacidad para imponerse al animal, se arrancaba en los medios la coleta y la arrojaba al albero como símbolo de su rendición. La toalla tirada en la esquina del cuadrilátero.
En el caso de Pablo no ha habido ni una ni otra escena, sino una calculada teatralización, la enésima, para mantenerse en el rentable candelabro (Mazagatos) del que lo ha echado la política y al que se aferra como todo hijo de Galapagar. Antoñete fue el torero de la movida. A las Ventas lo iban a ver toda la progresía y los almodóvar de entonces, gente que ha evolucionado y que ahora reniega de una fiesta a la que tacha de escandalosa, bárbara y fascista. Chenel fue siempre el mismo pero el personal tiene derecho a evolucionar, claro que sí, y también a volver a predicar. La siguiente pirueta de Pablo será un hermoso mechón blanco en la cabeza, pero sospecho que no le esperan puertas grandes sino un tiro de mulillas camino del desolladero.
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