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Bastante tenemos con la pandemia y su guadaña para que los mediocres sigan a empellones medrando por todos lados. Muy conocido es el refrán que ... refiere que a río revuelto, ganancia de pescadores, y los mediocres saben como nadie pescar en esas aguas. Confieso que me preocupa contemplar cómo se afianza la mediocridad en nuestro país en prácticamente todo; con mediocres que se sitúan con astucia en las cotas de poder. El mediocre es alguien oscuro, de poco o ningún mérito, que aparenta sobrada capacidad y solemnidad, que se disfraza para ocultar sus insuficiencias. Utiliza toda la retórica grandilocuente que puede, envuelta en banalidad. Lo que se le da mejor a un mediocre es reconocer a otras personas de la misma índole. Así, juntas, nadie destaca dejando fuera de juego a los otros mediocres. De este modo, el clan se hace un muro poco franqueable para intrusos, y poco a poco irá añadiendo mediocres a sus filas. Son unos hachas adulando en el momento oportuno; saben enredar y conspirar. Se crean reputación a base de arrogancia, siempre faltos de modestia y empatía, vendiendo sus zafiedades como lo más, trapicheando con ideas ajenas, que trocan en suyas. Al ser cobardes, se esconden en la penumbra bajo la protección de sus iguales, señalando y criticando sin tregua alguna para disimular sus propias incompetencias. No olvidemos que hay otra categoría, la de los mediocres silenciosos, aquellos que muestran un perfil bajo para no ser descubiertos; pero eso sí, tienen siempre muy despierto su oportunismo sonrojante. Los mediocres odian el verdadero talento y la reflexión bien hilvanada. Alguien dijo que la mediocridad es la excelencia para los mediocres. ¿Por qué no hay más personas cultivadas y de superiores valores éticos, ocupando puestos de responsabilidad en los diferentes estamentos? Seguramente su propia inteligencia ya es un hándicap, seguramente por ser ponderados y poco ambiciosos. Además, «las grandes almas siempre se han encontrado con una oposición violenta de las mentes mediocres», según una frase atribuida a Albert Einstein.
Leí hace poco que Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los primeros en refrendar la proliferación de la mediocridad. Su tesis se ha denominado El principio de Peter. Lo desarrollaron al poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial: los procesos globales favorecen que aquellos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes. Ponían diferentes ejemplos de sus afirmaciones. Así, exponían entre otras cosas que se desarrolla un proceso que desemboca en los 'analfabetos secundarios', expresión acuñada por Hans Magnus Enzensberger y que hace referencia a sujetos que se desarrollan en masa en instituciones educativas y centros de investigación, y que alardean de poseer todo un acervo de conocimiento útil, pero que sin embargo, no los lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales, a lo que realmente aspira la excelencia. Estamos en una era donde impera la mediocrecracia. Y estamos tan acostumbrados a que todas las varas de medir lo hagan desde la mediocridad, que salvo las honrosas excepciones hemos terminado por aceptar esta situación vampírica. Nuestro horizonte se queda a ras de suelo.
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