Los obispos ortodoxos tienen ganada la batalla de la escenografía. Cirilo I, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, es digno de verse. Tiene unas barbazas blancas rizadas que le dan un aire entre Moisés y los ZZ Top y se cubre la cabeza ... con una capucha blanca que lleva un crucifijo dorado a la altura de la coronilla. Camina el hombre por la vida con su corpachón lleno de cruces y de iconos, igual que el chamarilero de mi pueblo pero mucho más limpito. Cirilo I huele a botafumeiro, a basílica paleocristiana y a mosaico bizantino.

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A Cirilo I le parece muy bien que Vladímir Putin haya invadido Ucrania. Quizá a usted, que seguramente es un tipo descreído y de poca altura intelectual, le resulten atroces los bombardeos y esas imágenes de niños ensangrentados, de hombres y mujeres despedazados, de familias enteras arrojadas al exilio. Sin embargo, Cirilo I no se queda, como usted o yo, en la espuma de las cosas y sabe que en Ucrania se está librando en realidad «una batalla que no tiene significado físico, sino metafísico». De aquí a darle besitos a un icono de Putin con la cabeza aureolada solo va un pasito y Cirilo I está a punto de darlo.

Para el patriarca de Moscú y de todas las Rusias era urgente que san Vladimiro cogiera la espada flamígera para acabar de un plumazo con «el mundo feliz del consumo excesivo y de la libertad visible». Según dijo en su sermón dominical, a Cirilo I los países occidentales le parecen el demonio porque organizan «desfiles gais». Es una pena porque con esos disfraces suyos a lo Tino Casal seguro que triunfaba en Chueca y este hombre lo que de verdad necesita es que algún voluntario le quite de encima tanta tontería. Física y metafísica.

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