Miguel Ángel González, un artista discreto
Con él y con otros que se nos han ido en estos meses aciagos, se va agotando la generación que, por una vez, ofreció una esperanza de futuro a este país
álvaro salvador
Domingo, 19 de julio 2020, 20:43
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álvaro salvador
Domingo, 19 de julio 2020, 20:43
He conocido a muy pocas personas tan polifacéticas y, a la vez, tan exigentes y perfeccionistas como Miguel Ángel González. Lo conocí, hace ya casi cincuenta años cuando, en el curso 1971/72, yo hacía mis primeras armas como profesor y él las últimas como ... bachiller. Ya formaba parte o estaba a punto de entrar en Manifiesto Canción del Sur, así que tocaba la guitarra y cantaba, pero además era uno de los mejores alumnos de Preuniversitario, y me llamó ya mucho la atención lo bien que redactaba. Miguel Ángel quería ser periodista y al año siguiente se marchó a Madrid a cursar esa carrera. Nunca logré saber si la había acabado o no, pero lo cierto es que volvió a los pocos años, justo cuando un grupo de amigos y alumnos y antiguos miembros de la revista Tragaluz quisimos poner en marcha un grupo cultural que contribuyera a agitar la transición política de aquellos finales años setenta. Él lideró el equipo de música del colectivo, junto a José María Maiquez, Manuel Camacho y el grupo La Carreta de Vélez Málaga, y formó parte también del equipo de narrativa, publicando sus primeros cuentos –La Trampa, La Mutación, El Levante, La Sedicción y Penélope– en el volumen colectivo 'Se nos murió la Traviata' (1978), junto con Eduardo Castro, José Antonio Fortes, José Carlos Gallegos, Andrés Soria y yo mismo. Fueron muy divertidos aquellos años y muy intensos, noches interminables en mi casa, planeando actividades. Viajes larguísimos a Sierra del Segura, a Alcalá de Guadaira, a Cádiz, a Sevilla, a todos los pueblos de Granada, etc. El colectivo a continuación se alargó de una manera natural en la revista Letras del Sur, que editamos en compañía de un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras entre los que estaban Rafael Juárez o Enrique Nogueras. Miguel Ángel se encargó de la crítica musical y de colaborar en la sección de narrativa: en el número doble 5/6 de la revista, dedicado al erotismo, Miguel Ángel publicó un cuento, 'El desamor es siempre un accidente', en el que los versos de Whitman y una atmósfera cada vez más asfixiante van preparando un final irónico y simultáneamente gore, digno de un maestro.
En esos años fue cuando Fernando Quiñones, en una visita a Granada, nos contó un cuento, un «cuento chino» decía él y afirmaba que se lo había contado Borges, quien le aseguró que no podía escribirse. Era la historia del hijo de un campesino que tenía un grillo luchador y que a causa de una urgencia económica se veía obligado a hacerlo pelear contra el grillo campeón del Emperador. El final era sorprendente y aleccionador. Un cuento muy hermoso. Miguel Ángel, según me confesó más tarde, desde que se lo oyó a Quiñones ya quiso desmentir a Borges y escribirlo. Hizo unas primeras adaptaciones teatrales que creo le pidió su hermana para el colegio en donde enseñaba y, finalmente, se atrevió con la narración que tituló 'El niño y el Emperador'. Con ella ganó el premio Altea de narraciones infantiles de 1990 y el cuento fue primorosamente editado por esta editorial en 1991 con ilustraciones de Karin Schubert. Miguel Ángel, que era un perfeccionista, se había documentado respecto a los nombres, los lugares, las costumbres, con el profesor Zhao Zhenjiang de la Universidad de Pekín que disfrutaba de una beca en Granada. Ese éxito, le abrió un campo de trabajo y de cierta remuneración que continuó con la adaptación de los cuentos de Washington Irving para niños y ha culminado con una nueva adaptación de los cuentos clásicos, esta vez, del Conde Lucanor, obra que ha dejado inédita.
De cualquier modo, en esos años Miguel Ángel trabajaba ya como periodista, haciendo críticas y crónicas de flamenco en el diario IDEAL, trabajo que se continúo durante veinte. Escribió además una inquietante y magnífica novela corta titulada 'Cave Canem' que también permanece inédita. A comienzos del nuevo siglo la enfermedad cortó muchos de sus proyectos y limitó sus actividades. Todavía consiguió escribir y editar su 'Manual de los cantes de Granada' (2016), que formaba parte de un proyecto más ambicioso y la adaptación a la que nos hemos referido.
La ausencia de Miguel Ángel González es una terrible pérdida para la cultura en Granada y un vacío irreparable para los que fuimos sus amigos. Miguel Ángel era una persona leal, inteligente, un conversador inagotable, y un artista con un sentido ético insobornable. Siempre dispuesto a abordar cualquier reto, pero discretamente, huyendo de alharacas y postureo. Con él y con otros que se nos han ido en estos meses aciagos, se va agotando la generación que, por una vez, ofreció una esperanza de futuro para este país.
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