Recuerdo con gran nitidez cada estancia y cada rincón de nuestra casa del cortijo en Guadahortuna donde tantas vivencias atesoré desde niño con mis padres, ocho hermanos y las familias que trabajaban en él.
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Dado el carácter bondadoso y hospitalario de mis padres, era raro ... el día que no se apuntaba alguien a la mesa; donde comen diez,comen doce, se echan más papas al guiso y listo decía Loreto mi madre. También eran frecuentes las estancias de amigos, que a veces se prolongaban más días de los deseados y que disfrutaban del buen yantar, del generoso bebercio y de la abundante caza menor que atesoraban nuestras tierras, siendo el cura de la familia, el padre Leal, uno de los más asiduos invitados, nunca se desprendía de su negra sotana, ni en el tórrido agosto, ni se arrugaba para remangársela y tirarse al monte escopeta al hombro en busca de algun desafortunado animalillo que se cruzase en su camino.
El cura tenía una pésima puntería y solía volver con la percha vacía. La broma que le gastaron mis hermanos aún me hace reír. Cazaron un conejo de considerable tamaño, lo apoyaron en el tronco de una encina junto a los corrales del ganado, engatusaron al cura diciéndole que habían visto una madriguera cerca de la casa y que probara suerte. Ni corto ni perezoso acompañó con gran sigilo a los dos diablillos, quienes al avistar al finado conejo le indicaron con el dedo donde se encontraba medio camuflado por la maleza. El padre disparó los dos cartuchos y al ver que no se movía se aprestó alborozado a cobrar su pieza, gritando: ¡Le he dado!, ¡le he dado!, pero cuál no sería su chasco al ver que el pobre animal sostenía entre los dientes un cigarro Ducados al que previamente mis hermanos le habían dado unas caladillas. El padre Leal, inmunizado a las bromas de las que era objeto, no pudo sino hartarse de reir y reconocer el ingenio de los Zipi y Zape del Valle.
Llegó el día que mi padre empezó a hastiarse de tanto invitado y mandó que le fabricaran un cuadro de cerámica en Fajalauza con el refranillo:«Los huéspedes gusto dan pero cuando se van», colgándolo en la pared frontal del recibidor de la casa, siendo imposible no verlo por los que pasaban del tranco de la puerta. Mi madre le recriminaba a menudo su ocurrencia. Y el que no hiciese gracia a los invitados, como es de suponer, a mi padre le importaba un rábano y allí permaneció hasta el final de sus días.
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De menor tamaño recuerdo otros que rezaban así : «Al cielo causa alegría al decir AveMaría»; «Cazadores, sastres y zapateros, los más embusteros»; «Suegra, abogado y doctor, cuanto más lejos mejor»;«Parientes y trastos viejos, pocos y lejos»;«Hay lenguas almibaradas que deberían estar cortadas». «Labra profundo y echa basura y cágate en los libros de agricultura»; «Un pariente pobre siempre es un pariente lejano». Sin duda aquí empezó a germinar la semilla de mi infantil curiosidad por los refranes que tanto gustaban a mis padres como muletilla de apollo para enfatizar sus frases.
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