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El dinero, esa pobre metáfora de la riqueza como lo definió el maestro Paco Umbral, florece en los lugares más insospechados. Nos pasamos la vida persiguiéndolo de día y malgastando por él las noches. Envidiamos a quienes lo poseen y lo desdeñamos en falso porque, ... en lo más hondo, convenimos con Woody Allen en que monedas y billetes procuran un sentimiento tan parecido a la felicidad que hace falta un especialista muy avanzado para detectar la diferencia.
La cosa es que el miércoles pasado, amaneciendo, nada más echarle un vistazo al periódico me alargué a la A-92 a la altura de Huétor Santillán para ver si entre los arbustos de la cuneta daba con mi jubilación anticipada. Ya conocen la historia. Tres fulanos descarrilan con una furgoneta y, al llegar la Guardia Civil, se encuentran a dos de ellos malheridos y a un tercero también maltrecho pero jurando en lituano y hurgando entre los jaramagos en busca de billetes. En el interior de la furgona, el premio gordo. Un millón de euros. O más. Que los agentes lo están contando todavía. Los ocupantes del vehículo siniestrado han dicho que el dinero no es suyo, que a ellos que los registren. Como aquel quinqui que caminaba con un cerdo al hombro y se cruzó con la Guardia Civil. «Cucha, dónde se me ha subido el marrano este, ¡baja de ahí!».
No encontré nada entre los matojos, lo confieso. Igual que con aquellos duros antiguos de la Caleta, fui de los que no vio ninguno. Y me apiadé de los tres lituanos, porteadores de una ruina que en un futuro no muy lejano se materializará en forma de sicario que les invitará a darse un baño en un bidón con ácido. Mi jubilación habrá de esperar, pues. Admito que librarme del bidón alivia algo el chasco. Y tampoco me veo con cuajo para protagonizar la segunda parte de 'No es país para viejos', que en esa película Bardem llega a dar más miedo que su madre. Pero la fantasía de los billetes atados con gomas resulta tentadora. Y peligrosa.
Un millón de euros busca dueño, maldita sea, y soy incapaz de levantar la mano. Nadie se hace cargo. Como si esos billetes llevaran una condena impresa en lugar de la firma de Mario Draghi. ¿Qué haría usted si caminando por la sierra de Huétor se topara con un millón de euros? Ya se lo digo yo. Cagarse en su suerte.
Alguien ha matado a alguien, alguien es un asesino... no se me ocurre mejor técnica investigadora que la de Gila para dar con el padre del millón huérfano. La maledicencia, de la cual no me libro, invita a pensar en un origen oscuro para ese dinero. Droga, trata de personas, apuestas clandestinas, carteles electorales... y todo por un piensa mal y acertarás que procede de nuestra injusta aversión al rico. Porque, quién de ustedes no lleva un millón en la guantera para imprevistos. Asco de pobres.
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