Hace quince días, veíamos los entresijos que encerraba la virginidad de María, así como la relevancia de esta última en la historia de la salvación. Pero ahora es el momento de ahondar en la figura de san José, quien había profesado amor eterno a la ... joven de Nazaret. Retomando el hilo conductor por donde lo dejamos, José acogió a María como su esposa, junto al niño que esperaba como su futuro hijo. Y, acto seguido, se encaminó con ella hasta Belén para inscribirse en el primer censo que se hizo en el mundo, promulgado por César Augusto, emperador de Roma. Este hecho no es baladí, ya que de la misma manera que por vez primera los nombres de los hombres serían inscritos en un censo, con la llegada del Hijo de Dios nuestros nombres también serían sellados en el gran libro de la vida. La historia de la salvación comienza con tu asentamiento en el corazón de Cristo que viene por ti.
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Además, Belén tiene una acepción muy curiosa por sí misma; significa, etimológicamente, «la casa del pan». Es decir, la peregrinación que José hizo con María hasta la ciudad de David puede considerarse como la primera procesión del Corpus Christi, puesto que María llevaba en su vientre, como custodia, a Cristo hecho carne, quien más adelante se haría pan en la Última Cena para quedarse en el mundo a través del sacramento de la Eucaristía. Todo encaja minuciosamente.
Así como José guiaba y abría paso a este séquito procesional por caminos de tierra, de nuevo haría de guía para encontrar un lugar digno en la posada, donde su mujer diera a luz. Pero no encontró lugar en esta hospedería. Y es que esta última era la alegoría del mundo. ¿Qué es una posada? El lugar donde viajeros de toda índole se alojan por un tiempo breve. ¿Y qué es el mundo? El lugar donde vamos de paso como viajeros de la vida por una estancia limitada. De este modo, se pone de relieve lo que escribió el apóstol san Juan: «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11).
A pesar de todo, José continúa su búsqueda hasta hallar un establo en el que María alumbró a la luz del mundo, teniendo como trono el Rey de reyes un humilde pesebre. Tampoco por casualidad. ¿A qué estaba reducido el ser humano en aquel contexto? Su vida tenía el valor de un animal y, por eso mismo, como bestias eran tratados los más indefensos. Ahora, Jesús es puesto en el pesebre, el lugar donde se alimentan dichos animales, para convertirse él mismo en el alimento que les devuelva la condición de hijos de Dios. De hecho, fue el cristianismo el que trajo una nueva cosmovisión del ser humano al definirlo como persona, como algo sagrado.
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Así llegamos al gran descubrimiento. San José fue reconocido por la historia y considerado como un grande de la misma en la medida en la que estuvo cerca de María y del Niño Dios. Salvo que era carpintero, los evangelios no nos aportan más información. Por eso, al igual que san José, nuestra vida será recordada porque acogimos el amor de María, llevamos a Cristo a otras personas o buscamos posada para el Hijo de Dios en el alma de alguien concreto. ¿Te atreves a ser protagonista de la historia más grande jamás contada como san José?
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