Este mundo extraño
Ya tenía sus chaladuras, pero la amenaza del virus nos ha convertido en frikis a todos
federico garcía fernández
Lunes, 23 de noviembre 2020, 00:42
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federico garcía fernández
Lunes, 23 de noviembre 2020, 00:42
Somos animales de costumbres. Esclavos del hábito. Siervos obedientes de la rutina. Repetimos los mismos gestos en situaciones idénticas, cada día. Por eso, abres la puerta de casa por la mañana para ir a la oficina, o pasear al perro y, todavía hoy, después de ... tantos meses de estar obligado a ponerte mascarilla, la olvidas a menudo. Casi siempre, echándola en falta un poco después de cuando deberías haberla cogido: a punto de cerrar la puerta, o de entrar en el ascensor, o de pisar la calle.
Es apenas una parte menor de las muchas normas nuevas e inusuales que nos han sobrevenido para que podamos seguir viviendo en un simulacro de la vida de antes.
Es un mundo anómalo, éste de ahora. Ya tenía sus chaladuras, pero la amenaza del virus nos ha convertido en frikis a todos. Es lo que pienso cuando contemplo mi imagen en el cristal de cualquier escaparate: veo a un tipo, ya entrado en años, haciendo el friki con un tapabocas como distintivo de su rareza.
Después de estos largos meses de zozobra sanitaria y de pausa en nuestras vidas, el planeta sigue aguardando un cambio de rumbo en nuestro quehacer colectivo de termitas, o un posible arrepentimiento.
Más allá de lo que yo pueda sentir o pensar de ella, y de las sucesivas muertes que la enturbian a diario, la vida prosigue, obstinada y bella, en la savia otoñal de noviembre. En el vuelo de los pájaros. En la claridad renovada del amanecer, y en cada instante que nos es concedido.
Estas últimas noches he vuelto a escuchar ese silencio atronador de los primeros meses de reclusión. Es un silencio casi físico. En las calles vacías queda una quietud que sobrecoge, como el silencio que se hace después de una batalla.
Curiosamente, o dolorosamente, la pandemia, que ha alterado el orden de tantas cosas y modificado tantas pautas de conducta, ha dejado intactos el sectarismo, la discordia y la mezquindad de la política española, para la que no parece haber vacuna.
Familiares y amigos que uno tenía por prudentes y sensatos se convierten, al calor del virus, en agoreros de un futuro apocalíptico, o en defensores de teorías conspirativas. Me resultan tan entrañables en su simpleza, que suelo escucharlos con fingido interés. Ven –al parecer, muy claramente–, intereses ocultos detrás del 'nuevo orden mundial'. Pasa con gente a la que fatiga la reflexión. Prefieren respuestas sencillas a situaciones complejas.
Aunque, al decir de Stephen Hawking, «solo somos una raza de primates en un planeta menor de una estrella ordinaria», no vamos a asistir a la «bancarrota de la civilización». Creo que tan solo causaremos algunos estragos mientras seguimos evolucionando, como es costumbre hacer aquí desde hace unos cuantos miles de años.
El potencial humano es ilimitado… y desconcertante. Desafiando a cualquier razonamiento sociológico, un estudio de la Universidad de Michigan sobre la salud durante los periodos de crisis económica, halló que la esperanza de vida en Estados Unidos se había elevado unos cuantos años entre 1929 y 1933, los peores de la Gran Depresión, en todos los grupos de edad. A pesar del aumento de suicidios.
Por descontado, el estudio no es una recomendación del desempleo como medida para una buena salud. Es solo un dato anecdótico que pone en valor la admirable capacidad humana para resistir los desafíos del destino.
Después de este año infame, quedaremos postrados algún tiempo. Luego, volveremos a los viejos vicios con renovado ardor. Pero siento que, con éstos, vendrá también una conciencia nueva a los pueblos, que promoverá los cambios verdaderos, los necesarios, los útiles para todos.
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