¿Se nos murió el amor de tanto usarlo...?
Isabel II era, para el caso, una desmedida que aseguró a su hijo, Alfonso XII, que su única sangre borbónica era la de ella
Viernes, 15 de enero 2021, 23:10
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Viernes, 15 de enero 2021, 23:10
Es el tema de una canción de Rocío Jurado. De tanto usarlo parece que se acaba el amor... ¿O de tanto infravalorarlo...? Todas las especie animales parecen obedecer a este principio, o, al menos, se muestran ostensiblemente polígamas. Pero el ser humano es punto y ... aparte. ¿Es el hombre, en lo sexual, un ser monógamo o polígamo? Es la gran cuestión alrededor de la cual gira la pareja humana quizá desde siempre. El periodista Sostres, en el diario ABC, preguntaba porqué para el mayor crimen la pena no superaba los treinta años, y sin embargo, para el matrimonio indisoluble, la sociedad, la católica, ha convertido el matrimonio en una especie de cárcel de la que no se puede escapar. Una carga para toda la vida.
La antigüedad, incluida la clásica grecolatina, no daba lugar a que el tiempo gastase el amor, si es que acaso –que lo habría– se daban parejas amorosas o más bien apasionadas como nos las describe el poeta latino Catulo. El enlace amoroso, más o menos apasionado, era temporal y casual, obedeciendo más a principios políticos o familiares –o a exigencias sexuales transitorias– que a enamoramientos románticos propios de los siglos XVIII-XIX, fenómeno que todavía se da en las sociedades islámicas y otras más que no es del caso citar aquí. Fue el cristianismo, y cierta tradición judaica, el que al imponer el amor eterno de Dios al hombre, y por ende, la consecuencia a la inversa, el que fue creando el amor 'in eternum' también para el hombre. Especialmente para el hombre respecto a la mujer, su semejante más próximo,.y también para todo sus semejantes, obviamente los más humanos..
Y así se fue imponiendo el matrimonio para toda la vida, hasta que la muerte nos separe, el matrimonio indisoluble, salvo alguna otra causa de fuerza mayor legal o biológica. Y es obvio que el Medievo, tan imbuido de cristiandad –Europa la ha forjado el Derecho romano junto a la cristiandad– llevaría a la condición de dogma este principio que configuraría, hasta hoy, la subsiguiente sociedad europea adoctrinada social y moralmente por el papado.
Y a tal efecto, es cierto que la sociedad cristiana, desde entonces, ha procurado seguir el mandato cristiano casi de manera inexorable hasta el siglo XIX, con algunas trampas. Pero ya desde el s.XX con la crisis del cristianismo en Europa, el soporte ético del matrimonio indisoluble católico parece haber cambiado.
¿Desde el siglo XX? ¿Por causa de haberlo usado en demasía como lo cantaba la Jurado? ¿Por la exigencia natural de cambiar de pareja para rejuvenecerse? Puede que estos argumentos arrojen alguna parte de luz a la repuesta a estas preguntas. Pero el género hombre, indiscriminado instintivamente, parece tener otra respuesta. Y ésta es su inclinación natural, aún no domesticada del todo por la religión, y menos por la moral, hacia la poligamia, lo que parece un fenómeno objetivo. Remontémonos a muy atrás, ya el rey David, padre de la genealogía de nuestro Señor Jesucristo, cayó en la poligamia, sin escándalo ni de la Biblia ni del Evangelista que lo narra, (Mateo I, 1-17). Lo mismo hicieron el sobrio emperador Carlos V, tan enamorado de su esposa, como su hijo Felipe II, tan cristiano ortodoxo. La biografía del rey Felipe IV está rebosante de hijos adulterinos, uno de los cuales llegó ocupar una canongía en la Catedral accitana, y cuyos descendientes aún pululan por allí. ¿Recordamos a Luis XIV y Luis XV de Francia o a Napoleón Bonaparte...? Nuestro Alfonso XII, tan enamorado de aquella Merceditas que llevaban a hombros su cadáver por las calles de Madrid, la trampeaba sin mucho disimulo. Y su madre Isabel II era, para el caso, una desmedida, que aseguró a su hijo, Alfonso XII, que su única sangre borbónica era la de ella. ¿Y Alfonso XIII? Y estos son casos relevantes que, por su naturaleza, han saltado a la historia. Pero hoy mismo, ya sin tapujos, en la alta sociedad europea y americana, y no digamos la española, los casos de poligamia están a la vista de todos. Sin olvidar que la gran Isabel la Católica procedía de línea adulterina.
¿Es un fenómeno exclusivo de las clases altas? No lo creo. Lo que sucede es que la autonomía social y el dinero de esas clases posibilita más la poligamia y su publicidad, al tiempo que sirve de ejemplo a imitar al resto de la sociedad. Pero las clases medias y bajas, esa escasez de dineros y de autonomía, las tiene más cohibidas en este terreno, o quizá ejercen con menos publicidad. Es curioso el caso de don Quijote, tan enamorado de Dulcinea, que apenas recupera el juicio, se cansa de su amor. Y todos los novelistas y dramaturgos que retratan el amor de pareja procuran encontrar el desenlace rupturista antes de que el amor los canse. Aunque ahora algunos sexólogos atribuyan este cansancio a buscar nueva pareja a la pérdida de virilidad masculina del hombre blanco, tal como sucedía a los indios precolombinos. Puede que de todo hay.
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