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Por un casual han caído en mis manos el librito del periodista Juan Bustos (Biografías granadinas, 1993), que no conocía, en el que el autor, muy sobria y concisamente –ocho o diez páginas por autor– dedica a unas catorce personalidades granadinas, ya fallecidas. Una escueta ... estampa de sus dilatadas e importantes biografías, en sus trazos, obviamente, más sobresalientes, valiéndose para ello de entrevistas figuradas situadas en la época de cada uno de ellos, todas muy distantes ya, pero que son la esencia que le dan a esta tierra su carácter de cuna principal de España en cuanto a personajes notables se refiere.
Y entre tales biografías me ha llamado especialmente la atención la dedicada a don Natalio Rivas, el gran cacique de la Alpujarra, tan aludido por el conocido: «¡Don Natalio, colócanos a toos!», cuyo eco ha llegado a nuestros días. Don Natalio, un prócer de la época de la llamada Restauración borbónica de Alfonso XII, cuya mecánica política consistía en la alternancia en el poder, ora la gente de Cánovas, ora la gente de Sagasta –conservadores y liberales– germen de los posteriores partidos políticos que nos vinieron después.
El montaje de aquella alternancia se sustentaba en el llamado procedimiento caciquil, esencialmente rural, en base al señor del pueblo –menos en la capital– apellidado 'el cacique', el cual compraba o se adueñaba por su influencia rústica latifundista en su poblado, de los suficientes votos como para permitir esa alternancia pactada en el poder de Madrid y provincias, donde los caciques lugareños eran los auténticos controladores del sistema, es decir, de la política de Madrid, planeada pacíficamente mediante la citada alternancia, de Canovas/Sagasta.
Un caciquismo burdo y fraudulento que, no obstante, permitió que la Restauración discurriera como una de las épocas más pacíficas de aquella España de Alfonso XII.
Y uno se pregunta: Si se da por sentado que la sociedad española se divide, por mitad exacta, en blancos y negros, ¿no es lo mejor y más justo esa alternancia en el poder que deja satisfechos a ambos colores?
Y viene esto a cuento de que ahora, con nuestra Constitución de 1978, tras la atormentada guerra civil, de alguna manera se llegó a un cierto pacto, cuasi caciquil, en la alternancia en el poder de los entonces dos partidos hegemónicos, UCD/PP y PSOE, con algunos añadidos laterales insignificantes para el juego alternativo del conjunto. Esa alternancia no pactada formalmente entre esos dos partidos, pero sí efectuada socialmente, fue lo que consiguió una época de prosperidad para España como nunca antes se había conocido, a pesar de sus puntos negros.
De alguna manera, con cierto caciquismo encubierto, ejercido de otra manera más sibilina, esos años constitucionales dieron lugar al pacifismo interior que en definitiva es lo que interesa a la llamada ciudadanía. Porque dada la evidencia de que en España la mitad de la población es blanca, mientras la otra mitad es negra, es evidente que lo mejor para nuestra vida política sería implantar esa alternancia, a estilo de Cánovas/Sagasta, con lo que todos quedarían saciados en sus ansias de poder.
Supuesta esa mitad ideológica existente en nuestra sociedad, esa alternancia tácita venía a contentar, en el tiempo a tirios y troyanos, a los partidarios de una y otra tendencia, de manos de esa alternancia sin causar disgusto a ninguno de ellos.
Pero súbitamente, el ya famoso 15M rompió ese equilibrio, quizá solo mejorable por una segunda vuelta electoral en caso de insuficiencia de diputados para formar gobierno. En esa fecha, como digo, se rompió esa alternancia tácita en el poder con la aparición de partidos laterales, a uno y otro lado, que así acaban por mermar la fuerza de los alternantes de antaño. dando lugar al multipartidismo, y haciendo saltar por los aires el sistema precio que, mejor o peor, ha demostrado su eficacia.,
De ahí que con cierta nostalgia, nos hayamos acordado hoy, de la mano o la pluma de Juan Bustos, de aquellas alternancia de Cánovas/Sagasta, a pesar de su caciquismo, que hoy, de alguna manera tampoco estamos exentos. Ya que el grito de «¡Colócanos a toos!» sigue hoy resonando en los partidos, con la misma o más fuerza que en aquella Restauración de Alfonso XII.
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