Celebramos este año el quinientos aniversario de la muerte de Antonio Martínez de Cala y Xarana, conocido como Elio Antonio de Nebrija (Lebrija, 1444-Alcalá de Henares, 1522). Hablamos de un privilegiado intérprete del Renacimiento. Fue latinista, traductor, exégeta bíblico, docente, catedrático, lexicógrafo, lingüista, escritor, ... poeta, historiador, cronista real, pedagogo, impresor y editor. Fue un auténtico revolucionario intelectual que vivió el esplendor del humanismo en Italia, la invención de la imprenta y la sorprendente España que descubre el Nuevo Mundo.
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Es reseñado especialmente por ser el autor en 1492 de la primera gramática del castellano, la primera de una lengua vulgar impresa en Europa, también es creador de la primera ortografía de nuestra lengua, en una época en que el castellano no se consideraba 'lengua de cultura'. Fue un intelectual comprometido con su tiempo que entendía que sin una buena enseñanza la barbarie anidaba en los hombres. Como asertivo humanista creyó en las lenguas como madres de la verdad. Sus ideas pretendían la dignificación del castellano al mismo tiempo que recuperar el buen uso del latín, que estaba degenerado, siendo para él coherentes ambos planteamientos. No se arredra cuando indica que muchos saberes, del derecho, la medicina, etcétera, estaban en peligro porque se explicaban a partir de fuentes deformadas, calificando de bárbaros a los profesores que no sabían buen latín.
El franquismo, como hizo con tantos personajes, utilizó la figura de Nebrija, un reformador a la manera de Erasmo, un hombre del Renacimiento, defensor de la diversidad cultural, con una modernidad de pensamiento que aún hoy nos asombra, como si fuera uno de aquellos que pretendieron recuperar la idea de una España imperial. Hombre de pensamiento cosmopolita que sin embargo amaba sus raíces: tomó como apellido el nombre de su lugar de nacimiento, dejándolo unido a su gloria y leyenda. No dejó de recordar vocablos de su tierra, entre la campiña y la marisma. Por eso puede afirmarse que además de un andaluz universal, fue el primer lexicógrafo de Andalucía.
Nebrija no dudó en enfrentarse a la Inquisición. Pretendía enmendar términos mal utilizados en la Vulgata de San Jerónimo. Quiso – sin éxito – que se corrigiera en la Biblia Políglota Complutense, que estaba componiéndose en la Universidad de Alcalá bajo el patrocinio del cardenal Cisneros, palabras escritas de modo diferente y cuyos significados eran distintos, por ejemplo, en los evangelios de Lucas o de Marcos, en esa edición bíblica del siglo IV. No se fiaba de algunas traducciones y fue a las fuentes hebreas. La Inquisición lo acusó asegurando que alterar la Vulgata era prácticamente enmendar al Espíritu Santo. Nebrija nos enseñó la importancia de cuidar el significado de las palabras. Su principal empeño vital consistió en demostrar que no había saber si éste no era expresado con propiedad léxica y elegancia del decir. Recordemos también su admirable reflexión: «Hay que escribir como se habla y hablar como se escribe».
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Nebrija defendía que la lengua es el mejor pedestal para manifestar la verdad, no la revelación o la autoridad, uniendo así el aire del Renacimiento europeo a los ámbitos hispanos. Ahora, que tanta mentira y tanto desprecio por el buen uso de la lengua nos rodean, la figura de Nebrija se acentúa en su auténtica dimensión, enseñándonos cuáles son los caminos del verdadero progreso.
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