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Como apacible gato recostado en halda de dueña, se tiende Padul a las faldas del monte Manar. Algo más allá, en la alta lejanía, por los encimas de su famosa laguna, el aire limpio del pueblo, diluido ya en azules, comienza a anunciar mediterráneos.
En ... ubicación de privilegio, cercano a Granada y a la Nevada Sierra, paso obligado hacia las Alpujarras y hacia el mar, zaguán del Valle de Lecrín o Valle de la Alegría, Padul ha sido nombrado en obras de brillantes historiadores y escritores de que vamos a hacer hoy, si el paciente lector, la adorable lectriz me lo permiten, breve florilegio.
El curioso cronista del siglo XVII Francisco Henríquez de Jorquera, en el capítulo XXVII del Libro Primero de sus célebres 'Anales de Granada', terminados por su autor en 1646, escribe que «tres leguas de Granada, a su mediodía, en sitio llano con alguna fortaleza y fuertes sierras a la parte de levante, tiene asiento la villa del Padul, señoreando una hermosísima llanura adonde las aguas de su gran laguna tienen jurisdicción (…) Es abundante de pan, vino y aceite, caza y buenas frutas, con una bizarra y cristalina fuente que cerca de la villa nace».
Medio siglo antes, en 1600, publica el granadino Luis del Mármol Carvajal su 'Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reyno de Granada', la mejor y más noticiosa obra que se haya escrito sobre la guerra de las Alpujarras, en que él mismo intervino como proveedor de bastimentos; un clásico no sólo de la historiografía sino también de la literatura. A lo largo de sus páginas cita Padul en varias ocasiones, pero le dedica íntegro el capítulo V del Libro Séptimo, que titula 'Cómo los moros del Valle de Lecrín combatieron el fuerte que los nuestros tenían hecho en el Padul…', donde narra que, durante la heroica resistencia, treinta y seis soldados cristianos cayeron muertos, mientras la turba de turbantes metía fuego y saqueaba la mayor parte de las casas del pueblo. También nos cuenta ahí el valiente y conocido episodio de la Casa Grande.
Antes, en el capítulo XX del Libro Primero, historia Mármol cómo el desventurado Boabdil, sobre la colina desde que por última vez se contempla el Alhambra, mirándolo: «En llegando a un viso que está cerca del lugar del Padul, comenzó a sospirar reciamente». Y que fue allí donde su madre Aixa, viéndole en ese trance, «le dixo: bien haces hijo en llorar como mujer lo que no fuiste para defender como hombre».
Dos siglos después, a comienzos del XIX, Chateaubriand, faro del romanticismo, comienza así su divulgadísima novela corta 'El último Abencerraje', leída por toda la Francia y por algunos españoles: «Cuando Boabdil, último rey de Granada, se vio obligado a abandonar el reino de sus padres, se detuvo en la cima del monte Padul…», y también ubica en ese lugar la frase reprochona que le lanza Aixa.
El grandísimo poeta Luis de Góngora y Argote nombra Padul en una de las dos obras de teatro que compuso, 'El doctor Carlino', del año 1613, que dejó incompleta. Comedia de enredo y de cuernos latentes y presentes, de admirable atrevimiento para la época, cuando aquella ridícula 'honra' de los hombres dependía de los seguramente inevitables devaneos de sus prometidas o esposas, las cuales hacían muy bien en flirtear... En ella, el cordobés «a una nariz pegado», pone estos versos en boca de Carlino: «¿Yo conferencias en juntas,/ que el horno son del Padul,/ poca poya y muchas voces,/ sombrerazo y mientes tú?»
La poya, por cierto, vocablo recogido en el Diccionario de la Lengua, era un derecho o impuesto que los cocedores de pan pagaban al dueño del horno: ¿Jugó don Luis con el doble sentido de las palabras (aunque en este caso homófonas) a que tan aficionado era en sus creaciones y que abunda parigual en esta comedia? Quede la respuesta en manos de más sesudos y sabios estudiosos.
En su libro de viajes 'La Alpujarra', de 1873, Pedro Antonio de Alarcón se detiene en la población de que hablamos, puesto que allí la diligencia relevaba tiro. Explica que «el Padul es una villa alegre y aseada, donde además tuvimos la siempre agradable sorpresa de encontrar a un amigo». Y dice además que en él se inauguran «todos los encantos de aquel nuevo paraíso», aludiendo al Valle de Lecrín, que antes, lo mismo que ahora, es país abundoso en arboledas, sembrados, variedad de deliciosos frutos y en muchos sitios te hacen un choto al ajillo de relamerse.
El tema granadino aparece con harta frecuencia en la producción de José Zorrilla. En el Canto Tercero de su poema fantástico 'Los gnomos de la Alhambra', de 1886, el inmortal autor de 'Don Juan Tenorio' también cita nuestro pueblo: «Llevadme a las montañas donde se bebe pura/ el aura que el espacio tapiza con su azul:/ allí donde los cielos se abarcan en su anchura,/ allí donde se alcanzan en la feraz llanura/ a Málaga y Granada por cima del Padul».
El Premio Nobel Camilo José de Cela lo menciona en su libro 'Páginas de geografía errabunda', publicado en 1965 pero que recopila artículos de viaje de los años cuarenta y cincuenta. En el titulado 'De las nieves perpetuas a la caña de azúcar', refiere cómo «a la derecha de la Silleta del Manar, antes de llegar a Padul», una de las ruedas sufre un aparatoso reventón y su coche zozobra en el mar de asfalto, afortunadamente sin consecuencia alguna. «Padul es un pueblecillo rodeado de una vega verde, bien cuidada», concluye Cela.
Y también nosotros concluimos aquí el artículo.
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