Tener un nombre no es ningún mérito. Menos Prince, que se quitó el suyo, todo el mundo lleva uno a cuestas, al igual que los gatos domésticos y las tormentas tropicales. Y hasta algunos coches: Lola se llamaba el ocho y medio de mi tío. ... También tienen nombre los pueblos. Y ahí empieza la jarana: con la unión de Don Benito y Villanueva de la Serena, dos localidades de la provincia de Badajoz, se ha liado la mundial. O la local, en este caso: si ya había algunos que no estaban de acuerdo con la fusión, las protestas se han recrudecido al enterarse de que los nombres sugeridos son Concordia del Guadiana o Mestas del Guadiana. Válgame. Tiene guasa que propongan 'concordia' y se monte tamaña guerra. Qué nos gusta una bronca.

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Acertar con un buen nombre no es fácil. Y eso sin contar con que te pueda tocar un padre cachondo y amante de la II Guerra Mundial: pululan por ahí unos hermanos llamados Hitler y Stalin. Tal cual. Mejor tener un nombre compuesto, que te da la posibilidad de elegir el que más te gusta. Y de disfrutar de dos vidas: si te bautizan como José Alberto puedes ser unos días José y, otros, Alberto. Incluso puedes ser los dos al mismo tiempo: José se va a correr mientras Alberto se queda en el sofá; José se echa un cigarrito y Alberto baja la basura; José está casado y Alberto se enrolla con otra. No me quiero ni imaginar todas las vidas que puede llegar a tener Felipe Juan Froilán de Todos los Santos. El tío es afortunado hasta para eso.

Pero tantos nombres no sirven para nada: al final, el respetable te llama como quiere. «¿Por qué te llaman Pitita si tu nombre es Esperanza que es palabra tan bonita?», le dijo José María Pemán a Pitita Ridruejo. Menos mal que Pemán no conoció a Cuca.

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