Una noria en el Everest
También el techo del mundo, la cumbre más preciada de la cordillera del Himalaya, puede morir de éxito
elena moreno scheredre
Viernes, 31 de mayo 2019, 01:30
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elena moreno scheredre
Viernes, 31 de mayo 2019, 01:30
Era una tentación casi ineludible y caí en ella. Pensé, al mirar perpleja la fotografía del atasco que semanas atrás se produjo en la cumbre del Everest, que el ser humano es el animal más estúpido del planeta. En un principio creí que era un ... montaje, resultaba difícil dar crédito a la serpentina coloreada de supuestos alpinistas que esperaban, hombro con hombro, y respirando por una bombona de oxígeno, alcanzar la cumbre preciada de la cordillera del Himalaya. Mas parecía que estuvieran en un parque temático, a la espera de que la noria más alta del mundo les provocara la emoción de su vida, como si el acto de vivir no fuera una aventura en sí mismo. Hice una muesca en la culata del imaginado paraíso aceptando que, también el techo del mundo, se podía morir de éxito. Vaya por delante que nada hubiéramos hecho los diletantes urbanos y poco aficionados a los riesgos evidentes, sino hubiera habido exploradores, descubridores de maravillas y tercos aventureros que se dieron de morros con las cataratas de Iguazú o con el templo Angkor Wat en la selva camboyana, pero esto tiene pinta de ser otra cosa.
Hacer cima en el Everest o al menos intentarlo cuesta entre dos meses de tiempo y unos 80.000 euros en el mejor de los casos. Permisos, vuelos privados, sherpas, yaks, equipo, aclimatación en el campo base… la lista de requerimientos es larga, y costosa. Para acortarla están las agencias, pero quien decide finalmente es el viento, los cambios bruscos de temperatura, la madre naturaleza, a la que en venganza por su libre albedrio se le deja toneladas de basura por la que se paga para aplacar la puñetera consciencia. Diez muertos se ha cobrado esa montaña en el mes de mayo, y lo cierto es que mirando la imagen me parecen pocos. Esta corriente sociológica a la que se ha apuntado nuestra sociedad del bienestar no es válida para la naturaleza. Creer que todo puede comprarse, que la capacitación para emprender una carrera profesional depende del ingenio y no de la formación, de la disciplina y el tesón y no del patrimonio económico no hace más que reafirmarme en la precedente afirmación de la estupidez humana. Pero se abría la temporada y la cola que se formó sobrepasaba los trescientos.
Un alpinista de verdad sabe lo que cuesta un peine, y un viajero al que le gusta descubrir civilizaciones se queda en casa en agosto. Y a mí me cuesta comprender a esos hombres y mujeres que se empeñan en conquistar la naturaleza al precio que sea, pero, naturalmente, imagino que algo habrá para que cumplir su sueño pase por que se les caigan los dedos, se queden sin nariz o suban ocho mil metros con varias bombonas de oxígeno para respirar el aire de la cima del mundo. Algo debe de haber para que se sientan satisfechos de pagar un canon por su basura o de caminar por una montaña sembrada de cadáveres congelados, mientras los sherpas les enseñan hasta como atarse las botas.
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